La película recientemente ganadora del premio Mejor largometraje en la Competencia Argentina del BaFiCi25 refleja de manera simple, con varios momentos de humor y emoción, una historia de amistad y hermandad atravesada por los últimos tiempos de (¿irreconciliables?) diferencias políticas.
“-Vos no sabés lo que te perdiste, la colimba es una escuela de vida” … “-Nene, en la colimba aprendés a hacer de todo, te preparan para hacerte hombre”... “-Mis mejores años los pasé ahí”… “-Con el grupo de compañeros del batallón C nos seguimos viendo durante mucho tiempo”…
Aquellos que promediamos los cincuenta años hemos crecido escuchando a nuestro padres y abuelos decir este tipo de frases seguida de su propia anécdota, a la cual se le iban agregando, con el paso del tiempo, hechos y acciones cada vez más heroicas o graciosas. El cambio de guardia, la película dirigida por Martín Farina, refleja en imágenes esas anécdotas que nos fueron transmitidas a través de la oralidad: un grupo de ex compañeros del servicio militar que mantienen una gran amistad desde hace más de 40 años y que se siguen juntando, de manera ritual, tanto en asados, reuniones familiares o desfiles militares.
El trabajo del director de Los niños de Dios y de El fulgor alcanza su mayor mérito en la puesta de cámara: logra, de manera absolutamente imperceptible, registrar todo tipo de sentimientos que se generan a través de los rituales que estos muchachos sesentones realizan una y otra vez, logrando así captar esos momentos de risas y emociones entre charlas, asado, vino y abrazos; con el paso de la película llegarán las (cada vez más) fuertes discusiones políticas, como sucede en una gran porción de hogares argentinos. A diferencia de El asadito (1999) de Gustavo Postiglione, película referente del llamado Nuevo Cine Argentino y que fue filmada en apenas 24 hs., El cambio de guardia necesitó varios años de registro fílmico, lo cual hizo que la tarea de montaje fuera ardua y cotidiana según las propias palabras del director en la presentación de la película en el festival. La belleza de la música de Juanito el Cantor que acompaña a las imágenes de la película le otorga a la misma una sutil atmósfera de emotividad.
En su libro La representación de la realidad, Bill Nichols enumera diversos modos de realización de cine documental; uno de esos modos es el que Nichols denomina como documental de observación. Y es exactamente eso lo que logra el director en su película: observar. Observar y escuchar, sin realizar juicio ni dar opinión; observar, con naturalidad, a todos los protagonistas en sus acciones y en sus diálogos; en sus alegrías y en sus momentos de melancolía al recordar con orgullo aquellos tiempos vividos en el Regimiento de Patricios en medio de un contexto dramático del país (1977, plena dictadura cívico-militar); en el cariño profundo que se tienen, tanto en esos abrazos del alma que se dan en cada encuentro como así también en sus álgidas discusiones políticas. La denominada grieta pareciera así, de manera lenta y paulatina, incorporarse a la película como si fuese un personaje más. Farina decide observar sin prejuicios y sin permitirnos ver sus huellas; su presencia es casi invisible; parece que nos dijera, como en una suerte de homenaje al título de la película que dirigió Todd Haynes sobre la vida de Bob Dylan: muchachos, yo no estoy ahí…I’m not there.
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