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Juguemos en el bosque. La mitología afectiva de Petite maman

Spoilers

“[…] muchos, de manera más o menos consciente, conservan en un rincón de su mente una topografía íntima de su morada y saben perfectamente qué desearían salvar si, por una u otra razón, tuviesen que dejar el lugar precipitadamente: los objetos irremplazables, los más singulares, los más cargados de sentido, aquellos que podrían servir como piedra fundamental para reconstruir en otro lugar ese carácter concreto de nuestra identidad, de nuestra historia, de nuestras aspiraciones, con la que hacemos nuestro lugar en el mundo y abrimos canales entre pasado y futuro.”

En casa. Mona Chollet

En la infancia se suele jugar a armar casas. Casas dentro de la propia casa: debajo de la mesa, en un armario; y también fuera: casitas en el jardín y si se tiene suerte en el bosque. Casas reales o soñadas que se vuelven pequeños refugios. En la edad adulta, en cambio, se suelen desarmar casas: por mudanzas o porque han quedado vacías luego de una partida. No hay un único modo de vaciar una casa, de seleccionar los objetos más queridos y repartirlos entre los que quedaron. La vida, pareciera ser entonces una sucesión en la que se arman y desarman casas, un movimiento periódico entre ambas acciones. En Petite maman (2021) mientras lxs adultos vacían una casa, dos niñas levantan juntas una casita en el bosque. Ambos espacios están atravesados por el afecto y se volverán una manera posible de realizar el duelo. Céline Sciamma, celebrada por Retrato de una mujer en llamas (2019), fiel a su estilo continúa explorando lo íntimo y los vínculos, pero en esta ocasión lo hace a partir de la creación de una película pequeña- por su duración, por su minimalismo en decisiones vinculadas a la producción- y misteriosa donde se propone explorar un cine que pueda cobijar tanto a niñxs como adultxs.

I.Mitología afectiva

La abuela de la pequeña Nelly ha muerto, es necesario desarmar su casa del bosque. En el proceso del duelo, la casa semivacía se vuelve un lugar habitado por la melancolía. Por la noche Nelly duerme en la habitación de la infancia de su mamá Marion. Juntas observan una sombra que parece convertirse en pantera y revisan viejos cuadernos de escuela. Desde el silencio Marion expresa su desolación y una mañana deja la casa. Nelly queda sola con su papá y se adentra en el bosque en busca del lugar donde su madre ha construido una cabañita cuando era pequeña. Allí se encontrará con una niña también llamada Marion, una Marion de ocho años, su mamá pequeña. El cine se vuelve escenario posible de encuentros imposibles.

En la presentación de la película en la 36° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata Sciamma expresa que su deseo era crear una pequeña mitología afectiva. Un mito de origen donde todxs pudieran cobijarse, una experiencia común- la infancia, el duelo- que permitiera crear un diálogo íntimo con cada espectadxr. Su intención era narrar una historia que pudiera ser narrada de muchos modos, per que sin embargo pareciera ser narrada por primera vez.

En la mitología afectiva de Sciamma una niña puede conocer a su mamá cuando era pequeña y volverse su amiga. Dos líneas de tiempo confluyen y se entrelazan, no hay distinción entre el pasado y el presente más bien un espacio fuera de tiempo donde ese encuentro maravilloso es posible. La continuidad entre ambos mundos está habitada por objetos comunes- un armario escondido en el pasillo, una repisa con forma de casita, los cuadernos de la escuela- que habitan ambas casas. La distinción entre lo extraordinario y lo cotidiano es una categoría propia del mundo adulto, en los juegos de la infancia conviven con naturalidad. El relato se construye a partir de la indistinción, del borramiento de las fronteras que se encargan de establecer límites precisos entre la realidad y lo imaginado, entre la vigilia y el sueño. En el universo de Sciamma la imaginación y los sueños son reales y allí se manifiesta algo del orden de la verdad.

Como si se tratara de un juego, pero con la profundidad y la entrega absoluta de todo juego infantil, las niñas se volverán por momentos madre e hija y cada una de ellas se comprometerá a fondo con su rol. Juntas afrontarán las ausencias, observarán el mundo adulto, compartirán secretos y se animarán a hacer preguntas. Aquello que no parece posible enunciar y preguntar a lxs adultxs será puesto en palabras entre las niñas. Nelly le preguntará a su pequeña mamá si su tristeza habitual es a causa de ella y la respuesta de Marion la tranquilizará “vos no inventaste mi tristeza”, es a partir de la cercanía con la pequeña Marion y su universo que se develan algunos aspectos del presente de Marion adulta. Estas conversaciones se vuelven una suerte de ensayo previo antes del reencuentro entre Nelly y su mamá adulta, donde ambas aprenderán algo más sobre ser madre e hija.

II. Recuperar las primeras miradas

La directora construirá este pequeño mundo- como si se tratará de una casa, ¿acaso no es eso el cine?- a través de pequeños gestos y silencios. Su cámara se vuelve conmovedora al capturar abrazos, caricias y despedidas. Como si se tratar de un gesto por arropar a sus personajes en un momento de tristeza. Sciamma no ha olvidado la infancia con sus alegrías y tristezas, la sensibilidad y la sutileza con la que retrata ese pequeño universo solo es posible cuando la experiencia de haber sido niña e hija se lleva a flor de piel, por eso se vuelve profundamente genuina. Parece llevar a imagen aquella reflexión de la escritora italiana Natalia Ginzburg en su texto breve Via Pallamaglio: “[…] en las ciudades en las que hemos crecido, en los lugares que hemos observado en la adolescencia o en la infancia, nuestra memoria se detiene más a menudo y con más detenimiento. Reencuentra intacta la curiosidad, la impaciencia, la aversión, el miedo y la expectación de esa primera mirada”. La puesta en escena de Sciamma se organiza en pos de recuperar aquellas primeras miradas, aquellas primeras intuiciones que nos permiten comprender el mundo.

En la entrevista anteriormente mencionada la directora confiesa que es la primera vez que decide trabajar con fantasmas personales. La casa de Marion es una fusión de las casas de sus dos abuelas- casas que pese a sus particularidades son características de una época, nuevamente el deseo de lo universal- y menciona la sensación de extrañeza que experimentó en un set que le resultaba demasiado familiar. En ese sentido, algo de la experiencia que transitan las niñas dentro del relato también parece ser experimentada por la directora detrás de cámara. El cine en algunas ocasiones parece ser la oportunidad para transitar lo conocido desde otra perspectiva, la puerta de acceso desde una nueva perspectiva a lo familiar. Aquellos lugares conocidos que ahora se vuelven puesta en escena siempre parecen presentar un doble juego, una tensión entre la cercanía y la distancia, entre lo familiar y la extrañeza.

Petite maman es una película sobre la despedida, la primera perdida en la vida de una niña, una manera de aprender a decir adiós, pero también es un encuentro conmovedor y maravilloso entre una niña y su mamá en el pasado que posibilita un reencuentro en el presente.

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