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Una pequeña estrella en la constelación Alice Rohrwacher- Notas sobre Le pupille

Spoilers

Los cortometrajes suelen ser injustamente consideradas obras menores, ejercicios de estudiantes, una primera aproximación a lo que será una carrera cinematográfica. La literatura en cambio no considera a los cuentos relatos menores, sino pequeñas piezas de precisión. De la gran tradición de cuentistas, nadie dudaría de que se trata de verdaderos escritores. Entonces ¿por qué pensar que los cortometrajistas no son verdaderos cineastas?

No existe una distinción entre pequeñas o grandes obras, al menos el valor de una obra nunca será determinado por su duración. Más bien cada relato será el que imponga su propia temporalidad, su propio devenir. Sentir el tiempo de cada relato será una de las principales tareas del director/a. Si cada película en definitiva es siempre un experimento, el cortometraje parce el formato más adecuado para entregarse al juego, ocasión ideal para desplegar nuevas búsquedas formales y narrativas. Se trata de un juego que requiere precisión y síntesis pero que siempre parece recompensar con grandes dosis de libertad. El cortometraje muchas veces se vuelve descubrimiento e inaugura un pequeño gran momento en la obra de un cineasta.

Alice Rohrwacher directora de Lazzaro felice (2018) y La chimera (2023) entre otros largometrajes, nuca ha dejado de realizar cortometrajes y parece descubrir en el formato la posibilidad de explorar nuevos modos de hacer y pensar el cine. Muchas de sus películas breves parecen volverse puntapié para peliculas de larga duración, creando una suerte de continuidad o conversación entre las dos obras. En los últimos años ha presentado los cortometrajes: Quattro strade (2021)- sin dudas merece nuestra atención- y De djess (2015) que forma parte de la serie Women’s tales.

En Le pupillle (2022) presenta a un pequeño grupo de niñas de que habitan en un internado y sus pequeñas rebeldías durante los días de navidad. Presentado como si fuera un cuento cuyas narradoras son las niñas, está inspirado “torpe y libremente en una carta” (aclara Rohrwacher en los créditos) que envío la escritora italiana Elena Morante a su amigo el crítico de cine Goffredo Fofi. La carta que leen las niñas comienza diciendo: “Te contaré un hecho verdadero. En parte verdad, hasta cierto punto”. ¿No es acaso el punto de partida de cualquier relato- literario o cinematográfico- esa indeterminación entre lo real y la ficción?

I. Las Pupilas

Es 24 de diciembre. Un grupo de niñas está en una habitación compartida del internado, las camas aún están desechas y las persianas bajas. Todas llevan uniforme menos una que está por partir. Las miradas recaen sobre ella y una de las niñas recita a modo de conjuro “Ojo, mal de ojo, perejil e hinojo”. Esta será la pequeña venganza sobre la única niña que pasa las fiestas con una tía. Todas son niñas huérfanas y su lugar en el mundo es ese lúgubre internado.

La mañana es muy fría, ante las quejas de las niñas una monja dice para conformarlas y asustarlas “tendrán calor si van al infierno”. Desde ese momento queda en evidencia que todas las reglas de la institución tendrán por objeto impedir ofender a Dios y evitar caer en las llamas durante toda la eternidad. Pero a las niñas se les atribuye un poder, por ser niñas inocentes la Virgen responde a sus plegarias y en navidad serán celebradas con ofrendas.

Las niñas también cantan, son ellas quienes leerán la carta convirtiéndose en las narradoras. Lo harán en pequeños grupos en la escalinata mirando a cámara. Algunas de aquellas miradas se vuelven particularmente encantadoras porque durante pocos segundos evidenciarán la incomodidad y la timidez del estar frente a cámara, son pequeños planos que parecen escaparse del registro ficcional para dar paso al documental. Esos destellos de autenticidad vencen cualquier artificio de una puesta en escena. Rohrwacher se detiene en los ojos de las niñas para resaltar ese punto de vista infantil desde el que construye el relato. Mientras que los créditos e intertítulos escritos con trazos infantiles acompañados de pequeños dibujos de relojes para indicar el paso del tiempo presentan un código propio de las niñas. Hay una intencionalidad por volver a las niñas no solo protagonistas sino narradoras de su propia historia, por proponerles un juego. Es que hacer una película también es una forma de jugar.

II. Las voces del afuera

El internado es un pequeño mundo con poco contacto con el afuera. Las niñas se disfrazan para recibir a los fieles en el pesebre, hay alas de angelito colgadas en la pared, pecheras con forma de corazón y coronas. Pero afuera hay una guerra y las noticias atravesarán la húmeda habitación cuando se enciende la radio, allí se asegura que Italia ganará la guerra. La monja encargada de prepararlas para el pesebre, las hace formar fila con la consigna de no moverse, la onda es muy frágil y propensa a las interferencias. El pequeño grupo mantiene la respiración para proteger ese hilo de voz que llega con noticas del afuera, un afuera que desde este interior parece extremadamente lejano y algo abstracto.

Una niña enferma irrumpe en la habitación, la monja sale para llevarla a su cuarto. En ese descuido la pequeña Serafina se acercará a la radio para recuperar una pechera en forma de corazón que se ha escapado de sus manos y modificará la frecuencia. La voz que lee las noticas desaparece e irrumpe una voz cantando una alegre melodía. La fila se deshace y las niñas bailan mientras cantan: “besame, bebé, en la boquita”, Serafina las observa con el corazón en la mano. El equilibrio de la puesta en escena se rompe, y las niñas ocupan libremente el encuadre recuperando el movimiento propio de la infancia, el desorden y el frenesí. El uso de la cámara acelerada modificará los movimientos de las niñas y les otorgará una gestualidad propia del cine mudo- recurso que es explorado en más de una oportunidad y aporta un código humorístico-. Filmar niñxs siempre es un desafío, cómo circunscribir el movimiento característico de la edad en un encuadre, cómo limitar lo que tiende a desbordar. Rohrwacher parece encontrar un intersticio que le permite combinar una puesta en escena precisa con pequeños momentos de libertad.

El baile es rápidamente interrumpido por la Madre Superiora las palabras pronunciadas por las niñas se vuelven una ofensa. Aquellas mismas voces que al comienzo narraban tiernamente la historia ahora han pronunciado y celebrado palabras impuras. La madre superiora lavará con jabón la lengua de cada niña para mitigar la ofensa, pero una de las niñas no ha cantado.

III. La malvada

La pequeña Serafina es la menos rebelde del grupo. Es la que sigue las reglas y por esa razón es ignorada por el resto de las niñas. Pero Serafina, en palabras de la Madre superiora, se volverá “la malvada”. Ella no cantó la canción, pero sabe la letra y eso implica el profundo deseo de cantarla. Sentirse inocente de una acción de la que se es culpable implica un pecado mayor afirma la Madre superiora. Serafina cambia, ante las demás niñas y ante sus propios ojos. Ahora se ha vuelto malvada y eso implica una transformación, de algún modo se vuelve autorización para transgredir algunas reglas.

Suenan las campanas, es nochebuena. Las niñas están ubicadas en el pesebre, como angelitos presencian el nacimiento de Jesús. Las niñas son representadas como íconos religiosos, la imagen cinematográfica se vuelve pintura religiosa. Se aceran mujeres a pedirles a las huérfanas “pequeñas santas” que hagan llegar sus plegarias a la Virgen. La inocencia, el poder que se les atribuye a las niñas es vuelto mercancía, la plegaría se vuelve moneda de intercambio y forma de subsistir en tiempos de escases. La madre superiora recibe unas pocas peras y una botella de vino, son tiempos dificiles los de la guerra. Pero la suerte cambiará, pronto llega una mujer burguesa que pide a las niñas que recen para que su amado vuelva a quererla. Como agradecimiento lleva una gran torta que fue hecha con setenta huevos. En tiempos de guerra aquel es un lujo más allá de todo lo imaginable.

Al día siguiente, en el almuerzo de navidad las niñas esperan el momento de comer la torta, cada una de ellas recibirá una porción. Aún no la han visto, la torta está cubierta por un velo, pero ocupa un lugar privilegiado en el comedor. Lo oculto siempre despierta la imaginación. Finalmente, la torta queda al descubierto, está cubierta de glasé rojo y decorada con un pequeño pesebre. Las niñas suspiran ante tanta maravilla.

Pero la Madre Superiora cambia de opinión y decide entregar la torta al obispo. Sin dudas, los favores y sacrificios materiales serán recompensados en el plano espiritual. Las niñas son incitadas a ser buenas y sacrificar su porción de torta. Las que están dispuestas a afrontar el sacrifico se ponen de pie. Serafina es la única que permanece sentada, ella es malvada y por eso tiene derecho a comer su porción, una nueva ofensa no modificará su destino a arder en las llamas del infierno. La rebeldía de Seferina está justificada por lo que es imposible contradecirla. La Madre Superiora cayó en su propia trampa y corta la porción.

La torta aún pasará de mano en mano, pero Seferina ha reservado un pedacito para cada una de las niñas. Ese gesto implica una reconciliación, una forma de ser aceptada en la pequeña comunidad que integran las huérfanas. Una pequeña transgresión para las amigas. Sin dudas ha valido la pena.

*

Desde su primera película Cuerpo celeste (2011) Alice Rohrwacher explora el cruce entre lo sagrado y lo profano y presenta una crítica de los valores más tradicionales de Italia y su institución principal: la iglesia. Siempre lo ha hecho con elegancia y sutileza, señalando la manera en la que todas las vidas están atravesadas por la influencia de la religión católica. En Le pupille lo hace desde el humor y la ligereza adentrándose en un código que contempla al público infantil. Es una forma posible de contar lo oscuro de la guerra, la rigidez de las instituciones y la soledad infantil desde un lugar luminoso.

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