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Le Otto Montagne. Me quedo con vos o te llevo conmigo.

Nada existe

Salvo este momento. Pero ese momento se desvanece itinerante, no importa la magnitud de lo alcanzado ni el límite al que las palpitaciones escalan. ¿Cuáles son los ecos de esos momentos y en qué circunstancia oímos las reverberaciones de esa voz?

Mi relación con el pasado es parte de una cofradía a la que asisto de pie, al fondo, cerca de la puerta. Las mediatardes que transito con la nostalgia suelen ser, cuando no siempre, una invitación especial que le extiendo a la posibilidad de sentirme diferente en un día en el que ansío sentirme diferente. Es consabido que el mate con uno mismo es revelador cuando la luz cae oblicua, que hay momentos que estallan en la tenue quietud de una partícula de polvo flotando acompañada por otras miles mientras es iluminada por un prisma de sol que se cuela por la ventana.

Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,

esa alucinación que impone al espacio

el unánime miedo de la sombra

y que cesa de golpe

cuando notamos su falsía (…)

Afterglow. JLB.

Bruno y Pietro

Solemos ser protagonistas de extraños márgenes de equilibrio. Soy un amante del silencio pero más aún de mi silencio acompasado con el de otro. Del cruce de miradas, de la certeza disfrazada de enigma, del tacto inmarcesible. Suelo tener una perspectiva muy vívida de mis experiencias y a través de ellas hay artes que florecen mejor y otras que descansan en lugares que no exploré. Aún.

La búsqueda del sentido en las bifurcaciones emocionales

La primera película que vi de Felix Van Groeningen fue The Broken Circle Breakdown a una edad en la que todavía no me permitía pensar ciertas cosas. La algarabía de la espera, el peso de lo incierto, algunas tensiones alegres que devienen de lo trágico. Vernos tomados de la mano por una banda sonora de otro planeta. The Beautiful Boy fue la segunda, ya con el advenimiento del cine del director belga en la lengua inglesa y a partir de la cual pude trazar la búsqueda de algunas intenciones que fueron estacadas y reconvertidas luego de ver Le Otto Montagne, película que co-dirige junto a su pareja, la actriz y directora Charlotte Vandermeersch y que como toda película de festival es prácticamente imposible de encontrar, al menos para mí, un argentino de pueblo.

Desafiante lugar para la residencia de un cinéfilo.

Algunas grietas son autopercibidas. Otras, tan ciertas como ajenas.

Basada en la novela del mismo nombre, desde el primer momento nos encontramos con Pietro. Un niño milanés solitario, adusto e introspectivo que pasa cada verano en el pueblo de Grana, a los pies del Monta Rosa, en compañía de sus padres, dos catedráticos adormilados y educados en la modernidad, siendo el amparo emocional de Pietro con quien siente la libertad de verse vulnerable y contenido. De vivir su niñez. Allí conoce a Bruno, su amigo montañés que ha crecido en ese paraje cerrado río arriba por crestas gris hierro y río abajo por un acantilado que dificulta el acceso, con una familia adusta, trabajadora y hechida por el aire de la montaña. Donde no hay paisajes, sino un hogar. Donde las cosas simplemente remiten a las cosas. Donde las emociones tienen nombre y tradición.

La inevitabilidad de lo otro, la imposibilidad del descanso

Algunas dinámicas son imposibles de predecir pero otras tienen en sus orígenes asideros sólidos. Esta amistad crece escudada por la buenaventura familiar y eso posibilita un sentimiento tanto menos caótico a la hora de presentar la problemática, que se siente orgánica y acompaña la construcción que hacemos de cada personaje. ¿A qué me refiero? El crecimiento y la consolidación de la amistad de Pietro y Bruno siempre es amparada por su contexto y se da en un marco de contención. En todo momento esta relación es validada y estimulada haciendo que los lazos se asienten desde el amor.

Clichés interpretativos aparte, la mención a esta particularidad la fundamento desde el intento de desenmarañar el eje en el que sentí esta historia. ¿De qué manera nos cala el advenimiento de una sensación tan sinuosa y demérita como dejar de frecuentar lo que nos calienta el alma? Porque esta amistad tendrá una interrupción sostenida y esa interrupción es tan coherente y robusta como marginal y plana. Su educación, la formación que los padres de cada cual pronostican para cada uno son incompatibles en tiempo y espacio. El calendario no depende de ellos y tampoco la voluntad para torcer las decisiones que cada familia tiene para cada uno. Ya no podrán verse y es comprensible. Y ese es justamente el conflicto mudo. Que desvincularnos de alguien sea sensato, dadas las circunstancias, vuelve al duelo un espiral innecesario. Una puerta sin cerrojo.

“¿Qué podía hacer yo con su sueño perdido, y con una promesa que no era la mía?”

Me disculpo si a partir de este momento el análisis se torna adusto o discurre en sensiblerías. La parte sencilla es la siguiente: Si, tienen que ver esta película. Porque todas las fuerzas que emanan del vínculo de los personajes se complejiza en la segunda parte de la película, cuando los amigos se reencuentran en la adultez a partir de un duelo que los inunda y de un silencio que aprenden a expresarse. Muchas veces incluso con palabras, con gestos adustos, con la fuerza de la bronca o con la resignación que deviene del amor.

Lo banal como fuerza narrativa

Sería un tanto decepcionante afirmar que Le Otto Montagne es un buildingsroman, una historia de descubrimiento, un viaje de exploración. Que la poesía en la narrativa de Pietro es la rebeldía de una emoción que necesita purgarse pulcramente. Limpia y como homenaje. Que los paisajes alpinos y que la mística que desprende el Himalaya nepalí nos conecta con una línea de autopercepción que se inclina a lo solemne. Pero quizás todas las amistades revisten ese marco, las tuyas y las de este redactor.

Por todo esto elijo no reinterpretar en los planos largos y contemplativos de la película una referencia menor al cine de autor, a las transiciones psicológicas en los personajes de Tarkovski, a la mirada detenida e infinita de Bela Tarr, sino una conexión con la inmersión a la que nos exponemos en una caminata diaria o al viaje en auto que aggiornamos con pensamientos que nos vuelven un poco distintos cuando estacionamos algunas cuadras después. A la tensión de ir al encuentro de algo que parece cotidiano solo por el hecho de que todos lo vivimos, pero que no deja de ser trágico.

O mágico. Único. Y si, cotidiano.

Ocho montañas, ocho mares. Y el Sumeru.

Sobre cómo descansamos en la certeza de la duda

Sería decepcionante, si. Pero podría ser cierto. Podríamos simplemente no ir en busca de una respuesta sino elegir cómo queremos ser parte de esa respuesta. Para los nepalíes hay en el centro del mundo un monte altísimo, el Sumeru. Alrededor del Sumeru hay ocho montañas y ocho mares. Ese es el mundo para ellos. Y dicen: ¿Quién ha aprendido más? ¿El que recorre las ocho montañas o quien ha llegado a la cumbre del Sumeru?

Hoy elijo simplemente ser parte de la pregunta.

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