Asistir a un festival presencial refuerza una idea: el poder de la proyección de una película en la sala a oscuras.
Este poder se divide en tres impactos: el de ver una película en pantalla grande, el de escuchar a otros reaccionar a esa película, el potencial de que se vuelva una experiencia inolvidable.
Hace un tiempo, uno que muchos no llegamos a vivir, el cine solo se disfrutaba en el cine. Nuestras ciudades solían tener muchas salas con numerosas butacas y varias funciones al día para programar películas que hasta se veían en lo que hoy llamamos maratón.
Nuestros padres nos cuentan que iban al cine toda la tarde, veían tres películas al hilo con sus amigos. Ese era el plan los fines de semana. Y, cuando aún no había televisión, eso era lo mucho que había para hacer, además de pasar tiempo con los amigos en el cordón de la vereda jugando en calles que tenían poco tránsito.
Hoy la oferta para el tiempo libre cambió. Hay demasiadas cosas que uno puede decidir hacer: leer un libro, leer un newsletter, ver una película en el cine, verla en casa, ver una serie, jugar un videojuego, chequear infinidad de redes sociales, verse con amigos, salir, tomar café, participar de clubes sociales (lectura, cine), etc. Demasiadas cosas.
En este escenario, ir al cine, y ver una película en pantalla grande, compite con todas estas otras posibilidades. Porque decidir ver una película en una sala a oscuras con extraños, sin pausas y sin molestias, es una decisión que compite directamente con el verla en casa, interrumpida y en mil pedacitos (hasta hay manuales de cómo ver las películas más largas y cuándo hacer los cortes).
Ir al cine además implica más tiempo (transporte), implica posiblemente más costos y también abrirse a la posibilidad de encontrarse con otros, con otras risas o llantos, con otras emociones, con otras reacciones.
A los sin embargos que aparecen a la hora de decidir si ir a ver una película, se suma que muchas veces las películas que queremos ver las sacan rápido de cartel, nos enteramos tarde de sus estrenos, o las ofrecen solo en un horario que no sirve, o no hay opciones de idioma original, o directamente no las entrenan en salas en nuestros países.
Este aspecto y el On demand - tener todo a demanda - hace que elijamos a piacere y a veces la oferta es tal que pasamos más tiempo eligiendo que efectivamente viendo.
Lamentablemente, este es un efecto post-pandemia que nos ha hecho más caprichosos como consumidores y también antojadizos. Ya no solo vemos lo que queremos, lo vemos cuando queremos, en el ritmo que queremos (podemos elegir reproducciones en 1.5x o 2x) y donde queremos.
Es fácil dar cuenta de esto cuando los títulos de los artículos sobre una película que está estrenando o está a disposición lo que destaca es la cantidad de minutos que dura y en qué plataforma se puede ver. ¿Desde cuándo pensamos el disfrute en términos de tiempo? ¿Cuántas veces miramos cuánto va a durar lo que vamos a ver? ¿Y cuántas veces elegimos una serie porque es más corta que una película, pero al final nos enganchamos y terminamos viendo más tiempo?
La experiencia del cine, ya no es la misma. En lo que escribía sobre Retratos Fantasmas da cuenta un poco de esto. ¿Qué es el cine? Porque antes era sí o sí una película proyectada en una sala de cine, hoy cine parece ser solo una definición de formato: un audiovisual. Porque ya no podemos definirlo por su duración, no podemos hablar de una narrativa específica, no podemos hablar de mecanismos de distribución ni de exhibición, tampoco es una forma de filmar.
Esto, como todo, tiene sus pros y sus contras.
A los efectos de quiénes programan cine en las salas es una contra. Y también a los efectos de la industria como mecanismo de comercialización, de hacer que la rueda ande y generar todo lo que genera la industria cinematográfica. Los tickets se venden menos y afecta a todo lo demás. O por lo menos, obliga a repensar mecanismos para que todo siga andando.
Porque medir el éxito de una película también se torna relativo y es necesario crear nuevos indicadores: reacción en redes sociales, el “hype” de los potenciales espectadores. Y con esos nuevos indicadores crear también nuevas estrategias para las campañas de marketing y comercialización. Ahora hay más de un tráiler, hay notas, hay backstage, hay emojis, stickers, gifs, y lo que sea, todo con el fin de mantener la atención (o atracción) desde las etapas de producción hasta finalmente el lanzamiento en salas.
Pero hay esperanza. En medio de tanta estrategia de marketing, y aún a veces estrenando las películas en las plataformas a la par que en las salas, se ha demostrado que aún hay quiénes siguen eligiendo la sala de cine. Claro, son menos. Y a veces es más que nada porque se convierte en un evento, una experiencia, una suerte de actividad especial. No se va a ver cualquier película al cine, se elige cuál ir a ver. Muchos fueron a ver Barbie por ir vestidos de rosado y meterse en una caja de muñecas; e incluso por ir con este atuendo a ver Oppenheimer luego. El fenómeno Barbenheimer demostró que aún hay posibilidades de atraer al público a las salas. El tema es cuál es el costo y cuántas veces se puede usar el mismo recurso para que esto suceda.
Conforme avanza el tiempo, la crisis de la asistencia a las salas de cine va tomando otra forma. Porque aparecen estos mojones que parecen cambiar un poco las reglas. O por lo menos ver que hay otra luz posible.
Ese tiempo que avanza también trae una nueva audiencia, público de otras generaciones que van creciendo. Generaciones como la Gen Z que ya creció con toda la oferta de entretenimiento completa y que es difícil que entiendan el valor de ir a la sala de cine cuando es lo mismo ver la película en casa - o incluso es más cómodo -. Los últimos estudios muestran que esta generación prefiere Lives (Tiktok) o Reality tv a ver películas o series, y mucho menos quieren remakes o contenido no original. En cambio, los Millennials siguen prefiriendo un poco más las series y el cine.
Y no podemos olvidar que también sucedió la pandemia y el “a demanda” inevitablemente se afianzó en todos aquellos que se acostumbraron a consumir contenido en plataformas - series, películas, videojuegos, contenido online en general - en casa y cuando quisieran.
Es como si se tuviera que volver a vender la experiencia de ir al cine como al principio. Mostrar sus ventajas, y volverlo atractivo. Pero es cierto también, que con cada nuevo avance (la televisión, internet, etc.), el cine fue perdiendo una cuota de sus adeptos pues aparecían otras formas en las que dedicar el tiempo libre.
Volvamos a recordar el valor que tiene la sala de cine. La experiencia cinematográfica en toda su extensión. Desde elegir la película, ir con amigos, o solo, disfrutar la magia de conocer un nuevo mundo en pantalla grande, escuchar a quienes están en la sala emocionarse - reír, llorar - y salir y comentar esas impresiones, esas escenas que serán inolvidables y esa sensación de que esas dos horas nos cambiaron la vida.
El cine es una forma de conocernos como seres humanos. De saber qué nos mueve, qué nos conmueve, qué sucede con aquellas historias que nos están contando y qué sucede con los otros con los que compartimos este momento. Porque el cine, si bien es una experiencia que entra por los ojos y los oídos de cada uno; es también una experiencia colectiva, siempre hay otros interviniendo, los que lo hicieron, los que están en la sala, aquellos con los que lo comentamos. Y al final siempre surge una reflexión posterior, y uno no vuelve a ser el mismo.
¿Qué película viste en el cine y te cambió?
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