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Hace más de cuatro décadas, Irán e Israel, ambos aliados de Estados Unidos, eran amigos. Cada uno confiaba en el otro para contrarrestar el creciente nacionalismo árabe en el Medio Oriente, mientras que la amplia colaboración económica y de seguridad fortaleció su asociación estratégica. Todo cambió en Teherán con la revuelta popular y el advenimiento de la República Islámica Chiita en 1979, que depuso al Sha y su dictadura prooccidental. Bajo la égida del ayatolá Jomeini, que recibió a Yasser Arafat como su primer visitante extranjero, Israel y Estados Unidos fueron señalados por el odio popular como símbolos del control imperialista sobre el país. Con la toma de rehenes del personal de la embajada estadounidense en noviembre de 1979, se consumó la ruptura total con Occidente.