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Invadido por China en 1950, el Tíbet ha sido borrado del mapa desde entonces. Pero los tibetanos no han desaparecido. Desde su exilio en la India, el Dalai Lama y su gobierno siguen manteniendo viva la esperanza de un regreso y de la independencia recuperada, un sueño apoyado por la diáspora y los numerosos refugiados repartidos por el mundo. Pero el presidente chino, Xi Jinping, no tiene intención de devolver la libertad a esta población de 6,5 millones. Como fiel seguidor de la labor expansionista de Mao y de sus sueños de grandeza redescubierta, sabe muy bien lo que China ganaría con esta brutal anexión: el control de los depósitos minerales y de las mayores reservas de agua dulce del continente, así como un nuevo equilibrio de poder con su vecina India.