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Un olor extraño en la camisa de Gustavo hace que su esposa Lupe sospeche. Luego, cuando él llega a casa tarde esa noche para cenar, sus temores se confirman: es una rata mentirosa. Lupe le dice a Dios esa noche que sería más fácil si Gustavo fuera una rata... ya la mañana siguiente se despierta con una gran sorpresa. Gustavo se ha ido y hay una rata en su lugar. Lupe hace todo lo que puede para que su esposo vuelva a la normalidad. Pero desde rezarle a la Virgen hasta pedirle a Gustavo que le hable caminando sobre una tabla ouija, Lupe se frustra cada vez más. Al final, aprende que un voto es un voto, para bien o para mal, y que a veces solo hay que tener fe.