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Beneranda se sienta en silencio, tratando su rodilla con hojas medicinales. Mientras tanto, en su porche, David se frota la piel con una loción de hierbas. Los pájaros cantan sus canciones de la mañana. Isidro comienza a fumigar los cultivos de su jardín. Mientras camina, la tierra se le pega a las botas y se va con él. De su establo salen tres cabritos, el último con Beneranda. Ella llama a los demás que siguen su ejemplo. David escucha. Los pájaros lo llaman y él parece entenderlos. Beneranda ata sus cabras a un árbol fuerte y se dan un festín con la abundancia que las rodea. Isidro come un plátano y se acuesta a descansar. Cuando sus ojos se cierran, las imágenes parpadean de las texturas de su piel. La piel se convierte en árboles, luego en ramas, y gradualmente más sonidos de vida se unen a la sinfonía. Los susurros se juntan ante el baile de una vieja hoja parda frente a un lienzo de verde.