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Hay un centro educativo y de tratamiento para leprosos y sus familias en Jeevodaya. Fue aquí donde, hace treinta años, llegó Helena Pyz desde Polonia para ayudar a los niños enfermos y hambrientos. Con el paso de los años, siente cada vez más claramente su debilidad, pero su fortaleza de carácter le impide rendirse ante su propia enfermedad. La observación documental a largo plazo permite comprender cuál era el papel singular de un misionero y médico. Rodeada de gente temeraria, la Dra. Helena parece ser la única que se da cuenta del sentido de las actividades del centro y de su carácter desinteresado.