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Hace quince años, las redes sociales eran vistas como un nuevo fermento democrático que, al promover la difusión de la información y la comunicación horizontal entre los ciudadanos, ayudaría a las personas a romper sus cadenas, desde Europa del Este hasta el mundo árabe. La historia es otra: el asalto al Capitolio por parte de los partidarios de Donald Trump, el caótico reinado de su homólogo Jair Bolsonaro, las ofensivas contra los musulmanes en la India de Narendra Modi, o el éxito fulgurante de las consignas racistas del líder de la Liga italiana Matteo Salvini han puesto de manifiesto la poder devastador a escala global de los llamados al odio y la desinformación que circulan en tiempo real en las redes sociales.