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Noventa y dos no cuenta una historia. Se trata del punto de inflexión de una historia, el determinante. Es la atemporalidad de un punto final, la necesidad urgente de terminar con algo. Algo que no importa porque el pasado nunca dice más de lo que sugiere el propio presente. El noventa y dos arroja luz (y sombra) sobre esos lazos tormentosos y pecados condenatorios.