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Comer, esperar, cortar el pelo, limpiar, telefonear y acostarse. La perenne rutina diaria de un centro de detención juvenil provoca una coagulación del tiempo. Los cuerpos se transforman en vehículos, se mueven letárgicamente de los talleres a las celdas para una sola persona, de los pasillos a las áreas al aire libre, de un sillón a un sofá. Nada hace la diferencia. Respirar, caminar, sentarse, acostarse de nuevo. Existencia en estado comatoso. La película observa este cosmos heterotópico, imaginando una disolución perpetua. Cuenta una historia de cuerpos dejados atrás, de un anhelo indefinido. Un anhelo por algo diferente. Para un afuera tan allá que incluso los soñadores ya no saben, si alguna vez existió como tal.