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A los 90 años, los únicos compañeros de Seamus Molloy son los gatos que ahuyenta, el perro de un vecino que lo asusta y el reloj que hace tictac en la pared. Las únicas interrupciones de la soledad son las pelotas de ping-pong, las piedras y las gallinas arrojadas a través de su ventana. (Aparentemente) tiene dos nietas que le depositan correo, comida o mensajes. Luego, tras 60 años de ausencia, llega una carta del pasado. Esta vez su vida podría verse interrumpida de forma permanente.