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Durante una visita a la casa de su abuela, lo único en lo que Daisy puede pensar es en arreglar una vieja lavadora. La acaban de ascender a un puesto gerencial en el trabajo, pero no está manejando la interacción social tan bien como esperaba. De hecho, sus reacciones le recuerdan a su hermano autista Danny. Pero ella preferiría no pensar en eso. Después de bombardear una llamada de negocios, Daisy se esconde en el garaje para jugar con la lavadora. Es decir, hasta que Danny la sigue hasta allí, y la máquina muestra sus verdaderos colores. Daisy se ve forzada a través de una sobrecarga sensorial, probando si puede o no aceptarse a sí misma por lo que realmente es.