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En un futuro no muy lejano, los farmacéuticos venderán medicamentos correspondientes a todas las emociones imaginables. La alegría, la satisfacción, el miedo, la envidia y todo lo demás se venden en frascos de píldoras, se hornean en alimentos como especias y se liberan en el aire como ambientadores. Sin embargo, un joven cajero de una farmacia se enfada cuando un anciano intenta comprar una botella de otro tipo de sentimiento: dolor.