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Quebec, primavera de 1972. La lucha obrera está en su apogeo. El Frente Común aumenta sus ofensivas contra el gobierno y exige un ingreso de 100 dólares semanales para todos los sindicalistas del sector público. El entusiasmo social no alcanzó su punto máximo en Montreal, sino en Sept-Îles, una ciudad industrial en auge. Tras el encarcelamiento de los tres dirigentes del Frente Común, los trabajadores tomaron el control. Sin embargo, después de algunas horas de gloria, el levantamiento fue brutalmente interrumpido por la barbarie de un conductor antisindical que atropelló a la multitud reunida frente al tribunal, provocando la muerte del joven trabajador Hermann St-Gelais. Sumergidos repentinamente en la modernidad y dejando atrás familias y tradiciones, los jóvenes trabajadores de la ciudad en auge se unen al sindicalismo para liberarse de la dominación económica de las empresas estadounidenses. Ser capaz de olvidar es la exigencia última de esta generación que alguna vez estuvo llena de esperanza y que creyó por un momento que el sindicalismo podía derrocar el orden establecido.