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Ella, que regenta la ferretería del pueblo, consigue finalmente la aprobación del ayuntamiento para hacerse cargo de la casa abandonada que se encuentra en las afueras del pueblo. Sin embargo, apenas pone un pie en la casa, aparecen Daniel y su hijo. La casa pertenecía a su tía y ahora él la reclama como suya. Tras el conflicto inicial, aceptan vivir juntos temporalmente en la casa mientras esperan la decisión del ayuntamiento sobre quién tiene el derecho a reclamarla. Ella asume la tarea de iniciar la restauración a cambio de que le permitan quedarse allí (ya se había mudado de su antiguo apartamento). La estancia se convierte en una estancia llena de conflictos, ya que ambos quieren la casa.