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Manlio tiene ochenta y dos años. A los cuarenta años dejó su trabajo de maestro para irse a trabajar a una mina. Pero, para conocerse mejor a sí mismo ya este nuevo mundo, asumió el trabajo más difícil: el de cronometrador. Silvestro tiene sesenta y un años y trabaja en la mina desde los veintitrés; es hijo de mineros e hijo de la mina. Los caminos de estos dos hombres, diferentes pero paralelos, se cruzan en 1992, cuando se atrincheraron durante meses en la mina de San Giovanni en Cerdeña, colocando explosivos en la entrada para protestar por el cierre de la mina y la desertificación del paisaje. Ahora que las minas han sido cerradas y el desierto avanza, Manlio y Silvestro aún tienen un mensaje que transmitirnos.