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Es verano en Montreal y todos están enamorados, excepto tú. A altas horas de la noche, en la cima de la montaña que domina la ciudad, las parejas se tumban en el césped y se entretienen en picnics nocturnos, los cuerpos se acercan más, las expresiones se transforman. Deambulas de reuniones a parejas en ciernes, sin poder saborear esta fiebre ni sostenerla en tus brazos. Quieres sentir su asombro, pero se te escapa entre los dedos. Eres simplemente un espectador, un simple mirón. No estás invitado a la fiesta.