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En 1930, Alemania obtuvo el privilegio de albergar los Juegos Olímpicos de 1936. Sin embargo, ese gesto de devolver a Alemania a la comunidad mundial se volvió problemático cuando los nazis se apoderaron de la nación en 1933, tanto a nivel nacional como internacional. Sin embargo, se convenció a un Hitler reticente para que dejara que el evento se llevara a cabo para sus propios fines, incluso cuando el mundo deportivo internacional luchaba con la elección moral de asistir. Lo que siguió a esas luchas morales fue un torneo originalmente destinado a fomentar la hermandad internacional que se convirtió en una celebración nacionalista de la supuesta superioridad aria alemana que incluso los legendarios triunfos atléticos del gran olímpico afroamericano Jesse Owens no pudieron romper por completo.