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El patito no podía comprender que todos somos diferentes, que no hay nada terrible ni gracioso en ello, y deseaba mucho ser querido y respetado. Sin embargo, por mucho que lo intentara, no podía jugar al fútbol. Otros patitos atrapaban hábilmente la pelota y luego la lanzaban con precisión a la portería contraria. El pobrecito se confundió en la mitad del campo, no atrapó la pelota, se tropezó y cayó con todas sus fuerzas al suelo con el pico. Sus amigos se rieron de él. Es cierto que no sabían que ese patito era un gran músico.