Heute spielen wir den Boß (1981)

Konrad Reichenstein y Fritz Paulig tienen una cosa en común: su gran amor por el cine.Sueñas con ser el centro de atención.Porque son extras, pequeños actores que de alguna manera pasan de una película a otra y, sin embargo, nunca tienen la oportunidad de convertirse en estrellas.Reichenstein, el loco y, sin embargo, de alguna manera también simpático, se sumerge profundamente en papeles cinematográficos soñados y construye su mundo ilusorio en el que se convierte en un papel, una figura retratada, de modo que pronto ya no puede distinguir su identidad real de la esperada. papel de hablante.Para él, toda la vida es una película y, por supuesto, no tiene otra cosa en mente que el papel principal en ella.Paulig, por otro lado, un tipo tranquilo y torpe con buenos modales pero cualidades extrañas, solo se parece a la antípoda Reichenstein en su fascinación por la industria del celuloide.A pesar de los constantes contratiempos, los dos diminutos mimos no han renunciado a su sueño de estar en el centro de los acontecimientos fílmicos.A lo largo de los años, cada uno de ellos desarrolló sus propias peculiaridades y garrapatas.Reichenstein camina con diferentes disfraces, a veces como una personalidad histórica, a veces como una figura de fantasía.En esos momentos se vuelve uno con el personaje retratado.Paulig está cultivando un culto a los periódicos, en cuyos márgenes insiste en tomar notas por todas partes y que luego guarda cuidadosamente en su pequeña habitación, que siempre mantiene cerrada.Paulig es un desastre, su segundo nombre es desorden.Aquí Reichenstein es todo lo contrario: un pedante y fanático de la pulcritud.