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Robert Strickland, el asesino confeso de Gerald Trask, se niega a defenderse en el estrado de los testigos. Sin embargo, su abogado interroga a la esposa de Strickland y, al interrogar también a su hija Doris, expone el hecho de que, años antes, Trask había seducido a la Sra. Strickland. Esta evidencia es suficiente para pedir un veredicto de no culpabilidad de once miembros del jurado, pero el duodécimo miembro se resiste porque el dinero desapareció de la caja fuerte de Trask la noche del asesinato, y la evidencia apunta a Strickland como el ladrón. Sin embargo, cuando Glover, el secretario de Trask, es interrogado, se derrumba y confiesa el robo, despejando así el camino para la absolución de Strickland y su reunión con su familia.