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En Sicilia, en una época aún no olvidada, en el corazón de un pequeño pueblo apartado poblado de cigarras, garrapatas y serpientes venenosas, lo que hacía de un hombre un verdadero hombre no eran las riquezas ni el poder, sino su honor. Tuvo que defender su dignidad contra los insultos y las habladurías del pueblo. Se necesitó poco para avivar el fuego una vez encendido, y nadie fue inmune. Una de las peores humillaciones que puede sufrir un hombre es tener una esposa adúltera. Un hombre tan deshonrado llevaría la marca de la vergüenza, con todos los ojos de la comunidad sobre él. Se dijo que "sus cuernos sobresalían" a la vista de todos.