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En el caluroso verano de 1917, Georgiy Zakareishvili, un campesino de diecinueve años, abandonó su aldea en busca de trabajo y, tras embarcarse en un barco francés, se encontró en París, donde se casó con una francesa. Una modesta riqueza, una esposa amada, unos hijos y una amiga leal le ayudaron a soportar la separación de su tierra natal. Cuando se le presentó la oportunidad de volver a casa, Georgiy ya era mayor y no soportaba el inminente reencuentro con su Georgia natal. Intentó transmitir su amor a su nieto George: cantó canciones populares, le enseñó georgiano y le habló de la gente de su aldea.