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Creuzeville, una pequeña ciudad muy provinciana, tranquila y educada, con sus bosques, su campo, sus murallas, su misa y sus pastelitos de domingo. Llega un extraño. Es un investigador privado (Jean-Pierre Cassel). En Creuzeville, sobre la que reina una antigua familia de industriales, acaba de cometerse un asesinato. La víctima es el patriarca de este pequeño imperio que ha superado a un hombre. En Creuzeville, apenas nos gustan los extranjeros, sobre todo si son vegetarianos, quizás homosexuales, sin duda anarquistas como, precisamente, este detective. Sin embargo, el detective por el que estalló el escándalo rompió el silencio de la ciudad al adentrarse en el corazón de secretos familiares hasta entonces bien escondidos tras persianas violetas. Los asesinatos se suceden. Golpeamos a la izquierda, un joven ecologista, como a la derecha, un playboy cínico. Continuando con la disección de los motivos y los personajes, el detective dejó caer las máscaras una por una. Y, poco a poco, el miedo y la violencia se van instalando en el pequeño pueblo.