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Durante la existencia de la Unión Soviética, la vida de los nómadas era ordenada. Al menos en apariencia: tenían dónde comer, tenían trabajo. Al mismo tiempo, sin embargo, los intentos de privarlos de su propia identidad provocaron un fuerte aumento de la hostilidad hacia los rusos. Más tarde, tras la caída del comunismo, las autoridades de Moscú perdieron por completo el interés por la población local. Los nómadas se empobrecieron y muchos de ellos perdieron la fe en un mañana mejor. Muchos intentaron ahogar sus arrepentimientos en vodka. Sucedió que incluso los niños pequeños se volvían adictos al alcohol. Pero el futuro no siempre es sombrío. Una de las personas que nunca dejará de luchar por un poco de felicidad es Anatoly Griegorievich Popov, un profesor que vive desde hace cinco años en el pueblo siberiano de Ust Avam. Anatlolij enseña a los niños el lenguaje de la poesía mientras les ayuda a hacer realidad sus sueños de una vida mejor.