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Roman no habla, ni una palabra en veintiséis años. Pero la alegría que siente al filmar y ser filmado es una expresión de su vida con autismo. La relación entre Roman y su principal cuidador, Xaver Wirth, quien, en el transcurso de la película, le enseña a manejar una motosierra, es conmovedora pero inquietante y agotadora para ambos. Siempre están acercándose el uno al otro, siempre temerosos de que la conexión demasiado frágil entre ellos pueda romperse. Cuando Xaver muere inesperadamente, surge inevitablemente la cuestión de la capacidad de empatía de un autista.