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El 31 de octubre de 1964 una institución muy británica hizo su última reverencia. Esa fue la noche de la actuación de despedida de Windmill y cuando cayó el telón por última vez en el mundialmente famoso pequeño teatro de Londres y la puerta del escenario se cerró detrás de su guardián, el corazón de Windmill dejó de latir. Lo único que quedó fue el olor persistente de un buen cigarro, el fantasma de una fan bailarina, los últimos y débiles ecos de risas y aplausos, y luego la oscuridad. Después de 32 años, el Molino había exhalado su último aliento.