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Algunos jóvenes ambientalistas han adoptado un enfoque radical en sus esfuerzos por proteger la Tierra. Estos activistas, que viven fuera de la sociedad de consumo, han dedicado su vida a la preservación de la naturaleza, inspirándose en poetas y filósofos como Henry David Thoreau. Sus acciones van desde enfrentarse a barcos balleneros furtivos en la Antártida y bloquear trenes que transportan desechos nucleares en Alemania hasta incendiar maquinaria de construcción forestal y sabotear laboratorios de vivisección. Estas acciones han obligado a algunos activistas a pasar a la clandestinidad. Las autoridades explotan estratégicamente su radicalismo para etiquetar la desobediencia civil como actividad criminal. A pesar de que sus acciones están dirigidas únicamente contra propiedades y no contra personas, el FBI los clasifica como terroristas. Esta caza de brujas moderna, respaldada por una legislación aprobada bajo la presión de un lobby industrial (Ley Patriota), faculta a las autoridades para reprimir cualquier forma de protesta.