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D.I. Anthony Carter trabaja en la Unidad de Trata de Personas de la policía y en la pared de su oficina tiene fotos de niños traídos al país por falsas expectativas y sujetos a condiciones de trabajo como esclavos: Rosemary, de 11 años, la misma edad que la hija de Anthony, quien, a su llegada de Lagos, ella cree por una educación - destruye su pasaporte para evitar la repatriación. Será vendida como sirvienta de la casa y asustada en sumisión supersticiosa por sus encargados; Kim Pak, de Vietnam, de quince años, cuyas habilidades de jardinería se explotan cuando se le hace cultivar cannabis en una fábrica con iluminación artificial y Georgie, un ucraniano de catorce años que trabaja como fabricante de emparedados. El trabajo de Anthony no solo es opresivo, también puede ser peligroso, ya que su esposa está amenazada por traficantes, y lamentablemente, al menos uno de los tres nunca volverá a ver la libertad y su tierra natal. Un título final descarta cualquier optimismo falso, ya que informa el giro lucrativo en la trata de niños a nivel mundial.