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Santiago de Lucanamarca, una remota comunidad campesina de los Andes peruanos, se estremece ante la presencia de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Han venido a abrir las tumbas de las 69 personas que murieron en la masacre del 3 de abril de 1983. Veinte años después existe la posibilidad de cerrar viejas heridas, pero la desconfianza también se respira en las calles del pueblo. ¿No somos todos peruanos? pregunta uno de los afectados. La historia de Lucanamarca nos muestra cuán esquiva puede ser la justicia.