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A mediados del verano de 2011, Paulo Carneiro comenzó como asistente de dirección de un equipo de filmación que trabajaba en un proyecto en la costa occidental de África. Allí acabó rodando inesperadamente su propia película, un reportaje documental sobre un barco que se hunde cerca de la costa de Guinea-Bissau en el que iba de pasajero. La cámara digital registra el pánico creciente en el barco después de que se ha quedado atascado en el océano en una atmósfera nocturna opresiva. En imágenes inestables de entrevistas, vemos a los pasajeros pasar de una apatía inicial a una ansiedad nerviosa, y de allí, de manera fluida, a temer por sus vidas. La creciente tensión a bordo se refleja en el ritmo cada vez más acelerado de la película.