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Una joven se prepara para recibir a un cliente en su apartamento. Siguiendo un ritual preciso, el hombre, un Don Quijote sumergido en Milán en los años 90, se dedica a limpiar cuatro habitaciones de manera obsesiva. La niña, encarnación de Dulcinea, come, lee, se pinta las uñas, fuma, se viste y se desviste, como si el Quijote no estuviera allí, y como si no hubiera relación entre los dos. Siguiendo un patrón patológico, el cliente roba algunos de los artículos de la niña, los coloca en bolsas de plástico y luego en un maletín. En otras ocasiones, estos objetos fetiches son destruidos, como víctimas de ataques maníacos, en un mecanismo que conduce a la repetición de un ritual de celibato y soledad.