¿Y quién hubiese pensado que habría lugar para otra gran película navideña? Pero esta vez no habrá humor, ternura y moraleja, sino adrenalina, tensión y, bueno sí, la moraleja que cuando se hace repite una fórmula ya conocida pero se le agrega uno que otro ingrediente que le da sabor, cualquiera puede darse por satisfecho. Algo similar dije en mi árticulo sobre “Nutcrackers” y lo repito con este nuevo peliculón que estrenó Netflix, “Equipaje de Mano”: vas a sentir que esta comida ya la probaste, pero no por eso vas a dejar de devorártela por completo.
Qué lindas son las películas que, de entrada, te muestran las cartas que tienen a mano y luego, como por arte de un excelente prestidigitador, las va tirando sobre la mesa en una sucesión inesperada, sin darte tiempo a preguntarte dónde está el truco o cómo lo hace, pero logrando una genuina reacción de sorpresa y alegría. Supongamos que el mago aquí es Jaume Collet-Serra, un ya experto director de thrillers y por encargo, aquellos que le dan un guion que tiene buena pinta en el papel y te lo convierte en una más que digna película. Súmenle eso que ni necesitan estrenarla en cines, sino directo al streaming, y vas a tener asegurada una buena cantidad de reproducciones.
No lamenté tanto, mientras miraba “Equipaje de Mano”, que no la vi en pantalla grande. De alguna manera, pude ubicarla en algún tiempo y espacio en que enganchaba película por cable y me quedaba interesado de principio a fin, similar a lo que decía sobre otro peliculón estrenado directamente en Netflix, “Rebel Ridge”. Está tan bien narrada, con el ritmo justo para mantenerte pegado frente al televisor, y con la suficiente cantidad de giros como para no preguntarte si tiene sentido algún que otro detalle, que solo podemos mirar y disfrutar.
Salvando las distancias, es como encontrarse con una “Duro de Matar” (John McTiernan, 1988) en la actualidad Es decir, típica historia de hombre común envuelto en una situación de vida o muerte, de la que tiene que salir no solo él vivo sino un montón de inocentes, incluso la mujer que más ama. Que suceda justo en vísperas de Navidad no es un solo adorno, sino que funciona en la historia como agravante de varias situaciones, pero tiene el peso sentimental justo para desear que todo salga bien al final: porque estas son vísperas de felicidad, no de muerte.
Mencioné lo de Navidad como “agravante”, pero también es un potenciador. Imagínense la Noche Buena pero en el aeropuerto de Los Ángeles. Tanto los pasajeros como los oficiales que allí trabajan, su mayor deseo es llegar a casa rápido con sus familias. Tal cual como nuestro protagonista, Ethan (Taron Egerton), un muchacho que resignó en intentar ser policía y busca subsistir en este complicado ambiente, con tal de darle una vida digna a su esposa y futura madre de su hijo. Este día especial, luego de tanto insistirle a un supervisor al que le agrada pero poca confianza tiene, será responsable de la seguridad de transporte, monitoreando el equipaje de los pasajeros.
Ahí ya tenemos un detalle interesante: personaje principal con vocación de ser un oficial de la ley, ahora es el encargado de revisar las pertenencias de la gente antes de abordar un vuelo. Una situación sin dudas incómodo y humillante para ambas partes pero, como se menciona en algún momento, “están haciendo su trabajo”. Esta frase también la repite cierto sujeto del que no sabremos el nombre nunca y no veremos su rostro hasta bien avanzada la trama, que deambula por el aeropuerto cumpliendo su labor: lograr que un equipaje de mano pase por el chequeo de seguridad de Ethan y sea subido a su correspondiente avión.
No hay que hacer 2 + 2 para entender enseguida que en el interior de ese equipaje de mano hay algo ilegal. Tranquilos, sí sabremos que hay, en una electrizante escena resuelta con maestría y mostrándonos con un montaje paralelo clásico, dos espacios al mismo tiempo: a Ethan finalmente viendo el interior de ese equipaje y a una oficial explicándonos el alcance del peligro. En toda revisión de pertenencias, junto a la tecnología que tenemos hoy en día, las alarmas sonarían al instante. Y suenan, efectivamente, pero nuestro protagonista nada puede hacer porque es víctima de un típico secuestro por chantaje: solo debe hacer que no vio nada y su mujer (que también trabaja en el aeropuerto) no será asesinada.
Este tipo de historias, que suceden en tiempo real con un factor de vida o muerte delicado, poniéndonos en la piel del sujeto ya la vimos muchas veces: “Tiempo Límite” (John Badham, 1995), “Muerte Súbita” (Peter Hyams, 1995), “Enlace Mortal” (Joel Schumacher, 2002), “Celular” (David R. Ellis, 2004), “Colateral” (Michael Mann, 2004) y la lista sigue si ustedes pueden nombrar las que se les vengan a la cabeza. ¿Eso le resta mérito a “Equipaje de Mano”? ¡Para nada! Primero, porque tiene detrás de cámaras a un realizador experto en este tipo de productos (no por nada mencioné a todos los directores de los otros ejemplos, auténticos artesanos del género) y segundo, creo que nunca o pocas vi un thriller en un aeropuerto bajo estas circunstancias.
Es tranquilamente una película que hubiese dirigido, con las herramientas a mano de su época, alguien como Alfred Hitchcock.
Una vez que la trama se dispara, no se detiene. Cuando tu cabecita perfeccionista se ponga a pensar “ey, ¿pero no sería mejor si…”, el guion agrega un obstáculo o pega un volantazo para que te olvides lo que estabas elucubrando y reincorporarte más en tu asiento para seguir mirando. Que existan algunos cabos sueltos, es probable aunque ni lo comprobé, pero nunca aquellos que nos hacen salir de nuestra suspensión de credibilidad. Todo sucede con un nervio trepidante, en varias secuencias que van desde lo interno (lo que sucede con Ethan mientras es constantemente aterrorizado por el villano a través de un auricular) a lo explosivo (como las esperadas y bien resueltas escenas de corridas, peleas y tiroteos).
Una en especial, si tan solo digo algo, spoileo todo. Pero creo que todos al unísono vamos a largar una fuerte bocanada de aire cuando culmine. ¡Esa sí que valía la pena verla en pantalla grande!
Volvamos a la película en general, que no solo se sostiene por un guion que funciona como reloj y un director que pone la cámara donde debe, jugando con los encuadres asfixiantes y movimientos espectaculares, sino por unos excelentes intérpretes. Egerton, acostumbrado a personajes que favorecen más su porte inglés, aquí practica muy bien su acento norteamericano para lograr un Ethan que nos mete en su bolsillo con humanidad y complicidad. Es muy difícil no sufrir con él lo que está viviendo. Por el otro lado, un tipazo que siempre nos cae bien, Jason Bateman, se divierte como nunca haciendo el malo como un misterioso hombre de negocios sin escrúpulos.
“Estoy haciendo mi trabajo” dice con frialdad mientras literalmente se lava las manos en el baño, dialogando con un Ethan doblado y encerrado en el cubículo, vomitando, tras enterarse de la realidad que está en juego. Pero aunque el trabajo del protagonista sea justo lo que necesita este hombre para cumplir su cometido, no cuenta con el instinto de Ethan. Algo que ni un minucioso monitor de aduana podría encontrar. Este interesante factor (que Ethan, en su labor, ve el interior de lo que otros no ven), se le suma la verdadera vocación: la de pensar como un oficial de policía, en pos de resolver, justo todo lo contrario de nuestro villano, alguien calculador para destruir.
Son detalles que le suman una capa de análisis más que interesante, pero que no nos abruma con metáforas, porque el género está primero. Al igual que en un aeropuerto, todos queramos llegar a destino y el tiempo apremia. No parar, avanzar, llegar. Como Ethan, que su vida se debate por ese “carry on” (equipaje de mano), y él debe ser el que debe estar en modo “carry on” (seguir, avanzar, no detenerse). “Equipaje de Mano” funciona y aprueba su objetivo con un rotundo diez.
Nos lleva por cada sector previo a abordar (dándonos la información de trama y personajes), abordamos y despegamos enseguida (justo cuando comienza lo bueno), experimentando un viaje turbulento (pero, entiendan, es solo en la película) y aterrizamos satisfactoriamente con la instintiva sensación de aplaudir (¿o solo los argentinos hacemos eso?).
Las instrucciones de los aeromozos (mejor dicho, los realizadores) son claras: ajústense los cinturones y luego disfruten el vuelo.
¡Comparte lo que piensas!
Sé la primera persona en comenzar una conversación.