undefined_peliplat

Clint Eastwood, arquetipo de los antiheroes modernos

Ahí va John Wayne, sacudiendo sus caderas. Su andar cansino, su voz de trueno, su enorme figura.

Imposible que John Wayne haga un villano. Es una cuestión de imagen de la estrella. El tipo debe ser un héroe impecable dentro y fuera de la pantalla (aunque la relectura de sus antiguas declaraciones de la época demostrara que era un acérrimo racista).

El problema es que John Wayne - cowboy de profesión, sin importar el género de película que rodara - pertenece a otra época. Una época que no va más. Estados Unidos ya venía mal porque en la Guerra de Corea - principios de los 50s - apenas consiguió un empate. Luego vino una brutal recesión económica a finales de los 50s, lo que aniquiló las posibilidades de reelección de Dwight Eisenhower - intachable héroe de guerra… pero con habilidades limitadas como político -.

Y después vino el caos de la década del 60. Vietnam - una guerra colonial que era de los franceses, pero en la cual los estadounidenses se entrometieron (para contrarrestar el apoyo de los soviéticos y la China comunista a los rebeldes), y que después descubrieron que era una trampa mortal al darse cuenta que el enemigo, oculto en la selva y haciendo guerra de guerrillas, era invencible) -; una crisis con misiles nucleares en Cuba que llevó al mundo al borde de una Tercera Guerra Mundial; un presidente asesinado (John Fitzgerald Kennedy), numerosos líderes civiles muertos (Martin Luther King Jr, Malcolm X), el homicidio de Bobby Kennedy, ex fiscal general y hermano de John; el auge del crimen organizado (la Cosa Nostra); las persecuciones raciales en el sur de Estados Unidos… los hippies, el Flower Power, la Píldora, la Revolución Sexual, revueltas civiles en las universidades, el auge de las drogas y la contracultura… Todo el país está convulsionando.

Los 50s: otros tiempos de felicidad idealizada

Ya USA no se veía como un póster vintage de Coca Cola, con chicas pecosas arregladas con colitas y chicos engominados alimentando con monedas una rockola mientras beben gaseosas despreocupadamente. Ahora esos chicos estaban muertos en los campos de Vietnam. Y los que volvieron, o le faltaban miembros, o venían con el cerebro quemado por las atrocidades de la guerra que habían tenido que ver. Vietnam era cualquier cosa menos que una guerra convencional. No había un enemigo visible para mandarle los tanques a aplastarlos, o un B-52 que los bombardee hasta el cansancio. Para colmo, los que regresan son despreciados por la gente de la “Generación Grandiosa” - los que pelearon en la Segunda Guerra Mundial -: los culpan de que Estados Unidos esté a punto de perder su primera guerra desde que surgió como nación en 1776.

Entonces todo el romanticismo se ha perdido, y lo que aflora es el cinismo. John Wayne, el cowboy impecable de moral intachable, es una pieza de museo. El Código Hays - que rige la moralidad en el cine desde la década del 30 - está siendo sometido a un intenso bombardeo por parte de estudios y directores que están hartos de su moralina. Arthur Penn arranca en punta con Bonnie & Clyde (1967), y luego le sigue Sam Peckinpah con La Pandilla Salvaje (1969). El sexo y la carnicería ya no son tabú. Los protagonistas de estas películas son peligrosos criminales que terminan empatizando con el público a pesar de su amoralidad. Numerosos estudios norteamericanos siguen sus pasos. Y desde Europa aportan su granito de arena con los spaghetti western - con Sergio Leone como su más talentoso heraldo -, otro clavo más en el ataúd del anticuado código de moralidad.

Bonnie & Clyde (1967): una visión romántica de una pareja de criminales violentos… y el primer ladrillazo lanzado contra el Código Hays de moralidad en el cine

John Wayne ahora queda reservado para la gente grande. Ha llegado el momento de los vaqueros sucios, egoístas, amorales. Es la hora de El Hombre sin Nombre de Clint Eastwood. Un tipo que puede ser más malo que los villanos del filme. ¡Guau!.

¿Y por qué esta clase de personajes funcionan y son más populares que los héroes tradicionales?. Simplemente porque la realidad de la época es un desastre. Todo está mal o en crisis. El Sueño Americano se resquebraja. El “sistema” no funciona. La vida real se ha transformado en una fuente inagotable de noticias ingratas para el pueblo norteamericano, los cuales se auto perciben como los “buenos” - Estados Unidos: la policía del mundo, y el modelo de democracia a imitar por los países que componen el mundo libre: otro concepto anticuado que viene de los años de la Segunda Guerra Mundial y del inicio de la Guerra Fría -. Ya no estamos para pavadas como los westerns de la década del 30, donde los buenos se vestían de blanco y los malos de negro (¡un detalle ridículo pero real!). Ahora todo transcurre en un universo de moralidad gris. Los “buenos”, para intentar ganar la guerra, deben devastar media jungla con bombas de Napalm (incinerando sin piedad a sus enemigos) o rociarla con químicos como el herbicida Agente Naranja… lo que provocará que muchos soldados regresen a casa con Cáncer. Los buenos ya no son tan buenos: ahora pelean sucio. Y, encima, están perdiendo.

En un mundo así, no tiene cabida John Wayne. Se ha convertido en un dinosaurio. El astro quiere adaptarse a los tiempos que corren y hace una de guerra pero ambientada en Vietnam: Los Boinas Verdes (1968)… un panfleto patriótico que es ridiculizado incluso por los mismos estadounidenses. No hay manera de glorificar a Vietnam: es una guerra que ha dejado a muchísimas familias norteamericanas sin sus hijos, los cuales ahora están enterrados en cementerios militares y alimentan el pasto que crece sobre ellos.

La Trilogía del Dólar: Por un Puñado de Dólares (1964); Por unos Dólares Más (1965); El Bueno, el Malo y el Feo (1966). Epocas diferentes precisan héroes (o mejor dicho, antihéroes) diferentes.

En cambio Eastwood es una figura joven, distinta y cada vez más popular. Ya tiene rango de estrella. Imposible ver a los westerns con los mismos ojos después de las mil y una trampas que El Hombre Sin Nombre le tiende a sus enemigos… y a sus socios menos confiables. Es el Viejo Oeste, hermano: una época ultraviolenta en donde todos estaban armados hasta los dientes y había una balacera todos los días. Es más creíble la visión despiadada de un western europeo que la hecha por estudios americanos… a menos que éstos comiencen a imitarlos.

¿Y qué pasa si a El Hombre sin Nombre lo llevamos a una iteración más extrema?. Entonces lo que obtenemos es un vigilante. La diferencia entre antihéroe y vigilante se hace obvia con un ejemplo: Batman captura criminales y los entrega a la policía; Rorschach los manda directamente al cementerio. El vigilante sigue siendo un antihéroe desde el punto de vista que utiliza métodos no convencionales para alcanzar un objetivo de justicia: el tema es que cuando el personaje se convierte en jurado, juez y verdugo, ya se transforma en una especie de fantasía materializada de la Extrema Derecha. Para que un individuo así no resulte chocante, el villano tiene que ser absolutamente despreciable y ladino. Es lo que ocurre en Harry el Sucio (1971), en donde Clint Eastwood compone el segundo antihéroe icónico de su carrera. El asesino Scorpio es la perversión en persona: mata al azar, secuestra niñas, abusa de ellas, las tortura… las liquida. El sistema no provee respuestas, ya que Scorpio y sus abogados se conocen al dedillo todas las trampas para anular la validez de las pruebas encontradas, e incluso denunciar que el detective Callahan lo está acosando. “Los liberales le conceden demasiados derechos a la escoria”, diría un conservador. Entonces, si el crimen es una enfermedad, Harry el Sucio es la cura.

Pero a diferencia de El Hombre sin Nombre, el detective Harry Callahan no comienza siendo un asesino o un policía de gatillo fácil. Es simplemente un tipo agrio, misántropo, inconformista. La trampa que comete el libreto - con input de John Millius como script doctor, un amante de posiciones extremistas - es convencernos que al policía duro que compone Eastwood no le queda otra que caer en el vigilantismo para que la justicia alcance al villano. Como debe combatir al mal supremo, es necesario que porte un arma sagrada: y la elegida es un enorme revólver Smith & Wesson 29 con cañón de 6 pulgadas, el cual escupe balas calibre .44 Magnum que pueden partir al medio el motor de un auto. ¿Es práctica el arma?. En absoluto; es enorme, super pesada y tiene un retroceso infernal. Era un revólver diseñado para la caza de animales de mediana envergadura que se había dejado de fabricar hace años por su escasa venta; ningún policía del mundo la usaría, menos si quedó atrapado en el fuego cruzado de una balacera. ¿Es icónica?. Sí, por supuesto. Hasta diría que Harry el Sucio despertó la moda del fetichismo del público por conocer las armas que usan sus héroes favoritos (una rápida lista al pasar: la Beretta 92F de John McClane y Martin Riggs; la ametralladora M60 de Rambo; la Heckler & Koch P30L de John Wick, etc). Entonces, ¿qué propósito tiene?. Ser la extensión fálica del protagonista. Sembrar el terror entre los criminales apenas Eastwood la desenfunda… con lo cual te sentís desnudo cuando ves que el agujero de su enorme cañón que te apunta es tan grande como un túnel de subte. Tampoco la mirada de psicópata de su portador no te da garantía alguna de que no cambie de opinión y te vuele la cabeza de un cañonazo.

(¡Miren el tamaño de esa cosa!). Mientras el asaltante de bancos, herido en el piso, intenta alcanzar su arma, Harry Callahan lo encañona y se despacha con este speech memorable: "¿Disparé seis tiros o solo cinco?. Para decirte la verdad, con toda esta emoción se me ha pasado. Pero como se trata de una Magnum 44, la pistola más poderosa del mundo y que está a punto de volarte la cabeza, debes hacerte una pregunta: ¿Hoy te sientes con suerte?". ¿ De verdad, idiota?

Mientras que El Hombre Sin Nombre es un pícaro que sólo usaba la violencia cuando era necesaria (y siempre liquidando a tipos malos), Harry el Sucio es un justiciero ultraviolento que, curiosamente, tendrá una influencia seminal en el cine de acción moderno. Tomen nota de algunos los personajes del cine y el comic que surgieron a su sombra: The Punisher, Rorschach, Juez Dredd, Paul Kersey (El Vengador Anónimo, 1974), Travis Bickle,... individuos que no le hacen asco a la hora de asesinar criminales con tal de alcanzar su objetivo de justicia.

Siempre hubo antihéroes. Uno puede tirar una larga lista de personajes que entran dentro de la calificación y existían previamente a la década del 60 - desde El Zorro hasta Batman, desde Robin Hood a Don Quijote, desde Sam Spade (y todos los detectives del policial negro) hasta Rick Blaine (de Casablanca, 1942) -. Después de todo un antihéroe es un individuo que opera por fuera del sistema, utiliza medios heterodoxos para alcanzar sus objetivos, y posee su propia brújula moral… la cual no siempre coincide con la del público. Pero en los 60s los héroes prototípicos entraron en decadencia, y lo único creíble que quedó fueron los antihéroes, sólo que esta vez vinieron en una versión recargada, más zarpada y moralmente mucho más cuestionable. Y como una evolución de eso, apareció el vigilantismo, algo impensable en el cine de décadas antes. Siempre tomando al western clásico como referencia - aunque se aplica a otros géneros como el policial -, los villanos siempre caían bajo las balas en un duelo justo con los miembros de la ley. Ahora pueden ser revoleados como muñecos de trapo gracias al cañonazo a distancia de una Magnum 44. Ya no hay piedad para los desalmados, no se precisan reglas de combate justas cuando se lidia con esa escoria, porque su sentencia de muerte viene firmada de antemano. Clint Eastwood abrió el juego representado a dos modelos icónicos de antihéroes - el afable pero ladino pícaro; el vigilante implacable -, los cuales dejaron una impronta que sería copiada por otros actores y directores hasta el día de hoy.

OTROS ARTICULOS PUBLICADOS ESTE MES:

Más populares
Más recientes
comments

¡Comparte lo que piensas!

Sé la primera persona en comenzar una conversación.

243
comment
154
favorite
7
share
report