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Crítica de Cromañón

El estreno de la serie Cromañón despertó fuertes debates sobre la forma de representación de las tragedias. Cuándo es tiempo de hacerlas, cómo deben contarse y muchas preguntas más se apoderaron de las redes sociales. Todos estos disparadores nos invitan a reflexionar sobre el arte, la ficción y su relación con la realidad.

Una tragedia que marcó a un país

El 30 de diciembre del año 2004 en el barrio de Once más de tres mil personas, en su mayoría jóvenes, fueron a celebrar el cierre de año a República Cromañón donde tocaba la banda Callejeros. A los dos minutos de comenzado el show, una bengala desencadenó un incendio que expuso a todos los presentes a ser víctimas de un entramado mucho más profundo de negligencia y corrupción. 194 personas perdieron la vida y una generación quedó marcada.

A poco de cumplirse veinte años, la plataforma de streaming Amazon Prime Video estrenó una serie titulada Cromañón, dirigida por Marialy Rivas y Fabiana Tiscornia. De Marialy resuena la dirección en la serie La Jauría, de Fabiana la codirección de La reina del miedo con Valeria Bertuccelli.

Algo que caracteriza a las plataformas es que tienen una forma de apropiarse de las historias para pasarlas por un tamiz estético que parece más propio de las redes sociales, todo brilla, todo es lindo, todo es romántico. Quizás ese miedo fue el que se antepuso en forma de rechazo desde incluso antes de que se estrenara. Pero ya habiendo visto el resultado, estamos en condiciones de intentar dejar de lado el temor por prejuicio y ver qué es efectivamente lo que se hizo.

Dos tiempos, muchos puntos de vista

La serie se cuenta en dos tiempos, empieza el 24 de diciembre de ese año, solo días antes de la tragedia y cuenta la dinámica interna de un grupo de amigos. Unos con dilemas románticos, otros pensando en su futuro, algunos simplemente fluyendo entre noches largas de encuentro, música, cerveza y compañerismo. Y paralelamente vamos construyendo lo que queda de todo este grupo cuatro años después.

La ordenadora del relato es Male (Olivia Nuss), a través de ella entramos a los dos tiempos que, como síntesis, traza un antes y después entre todo ese espíritu juvenil que quedó trunco. Male es una joven alegre y cuatro años después es una joven apagada. Qué fue todo lo que le arrebató Cromañón a ese grupo de amigos.

El resto del elenco está compuesto por Toto Rovito, José Gimenez Zapiola, Antonia Bengoechea, Lautaro Rodríguez, Nicole Mottchouk, Eloy Rossen, Alan Madanes, Valentín Wein, Carolina Kopelioff y Olivia Molinaro Eijo. La decisión narrativa es darle a cada uno de ellos objetivos y deseos libres de todo lo que iba a pasar después. No hay una construcción condicionada, se permite plantear dramas que el espectador sabe que pocos días después no serán más importantes, pero los personajes no lo saben aún y actúan con ese ímpetu, proponiendo un panorama de vidas posibles, esos jóvenes tienen la cabeza puesta en el amor y sus sueños: tener una banda, que te de bola la chica que te gusta, encontrar la forma de vivir una identidad sexual, un torneo de patín, conseguir entradas para los tres días de recital de Callejeros porque va a ser épico.

Y distinto de otras producciones locales de plataformas, en este caso tenemos grupos sociales bien definidos y diversos. Cada uno tiene una realidad más o menos parecida a la de sus amigos, más o menos humildes. Y no se comportan como un bloque homogéneo donde todos los personajes son iguales y es imposible identificar matices. Es importante como espectadores corrernos de la mirada que busca la representación absoluta del punto de vista propio.

Si esa noche hubo alrededor de tres mil quinientas personas, es probable que haya tres mil quinientas historias distintas, ópticas y la misma cantidad de diversidad de vidas. La ficción recupera retazos y los hace funcionar como disparadores, para tocar puntos en común pero sin buscar representar con una uniformidad que no existe siquiera en la vida real.

Otro de los ejes que compone la serie es el mundo de los padres y madres, allí encontramos actores y actrices como Luis Machín, Soledad Villamil, Muriel Santa Ana, Esteban Lamothe, Dani La Chepi y Paola Barrientos. Los episodios 5 y 6 condensan la tragedia desde estos dos ángulos. La destreza visual es notable a la hora de filmar el caos, la oscuridad y el ahogo, en esos episodios se establece el daño y el quiebre para la propia serie.

En la ficción canónica los héroes ganan todas las batallas, se salvan y ayudan a los demás. Siempre hay una suerte y una fortaleza que los acompaña, algo presente en los relatos de todos los tiempos y analizado teóricamente en profundidad. Pero en las historias como estas, que buscan traducir algo de lo inabarcable de la tragedia, lo más angustioso está en llevar al plano de la ficción las dinámicas de la vida y la muerte que no se rigen por las lógicas del entramado dramático. Lo irreversible de la muerte, la profundidad del daño, lo imparable de la onda expansiva.

La música protagonista y ausente

Uno de los grandes problemas a señalar es la falta de canciones de Callejeros. El dilema de cómo contar esta historia sin ese elemento se resuelve usando los nombres sin tapujos pero sin que pueda sonar un pedacito. La banda no cedió sus derechos para este uso y se nota su ausencia. La búsqueda está en ser representada con canciones de otras bandas de la época y con música original. Debe haber sido uno de los grandes problemas a la hora de encarar la producción y el resultado es digno aunque indisimulable. También es cierto que tiene que haber una forma de contar esta historia sin depender exclusivamente de esto.

Los veinte años de Cromañón son la vida entera de una persona adulta joven que nació después. Y este tipo de creaciones acercan la historia a un público que quizás nunca oyó hablar. El arte necesita hacer pasar las tragedias a través suyo, no una vez sino muchas. En cada película sobre la última dictadura descubrimos todo lo que falta contar, se hicieron decenas y todavía falta. Las revivimos una y otra vez en ficciones para entender, para asumir y para discutir posiciones.

Pero el público local está acostumbrado a mirar ficciones sobre tragedias de pueblos ajenos, como la infinidad de películas sobre la segunda guerra mundial, incluso en forma de parodia o de comedia, pero aún le cuesta la ficción sobre la cercanía. El dolor es innegable y la necesidad de respeto es comprensible.

Pero quizás el hecho de que se aborde tan poco es la respuesta a por qué cuando asoma algo nuevo genera un rechazo y un reclamo de que no representa todo lo que significó en verdad.

Quizás contrario a pensar que aún veinte años después todavía no era el momento, debería haber más búsquedas artísticas que no permitan olvidar por qué sucedió, de qué forma intentamos que no vuelva a pasar y que nos permitan hablar del tema de forma más constante. Que le permitan a las nuevas generaciones acercarse y tomar la posta. En tiempos de individualidad extrema, esta serie recupera un hecho en el que la tragedia de unos fue la tragedia de todos.

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