Corría el año 2000 cuando Ridley Scott estrenó Gladiador y el mundo entero se maravilló con la historia de Máximo Décimo Meridio, catapultando a la fama a Rusell Crowe y Joaquin Phoenix, llevándose 5 premios de la Academia incluyendo Mejor Actor y Mejor Película y causando un resurgimiento de popularidad en las historias de espadas y sandalias. En el Hollywood de hoy en día tamaño éxito financiero y de crítica le hubiera garantizado toda una sarta de secuelas, precuelas y spinoffs pero a principio de siglo la cosa era un poco distinta y así han tenido que pasar 24 años para que volvamos a visitar la anacronista visión del Imperio Romano de Scott.
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Con Máximo y Cómodo muertos al final del primer film, una de las dudas principales del público (y seguramente de los productores) era “¿qué historia contar?”. Así nos vamos 16 años después de la muerte de Marco Aurelio para encontrarnos en una Roma sumida en el completo caos bajo la tiranía de los emperadores gemelos Geta y Caracalla (Joseph Quinn y Fred Hechinger respectivamente), dos figuras históricas reales pero cuya representación (como sucede con muchísimos elementos de la película) difiere en gran medida con los libros de historia, pareciéndose más a la imagen popular que suele tenerse de “emperadores locos” como Calígula. Los emperadores han llevado a Roma a un raid de conquistas bélicas a manos del general Justo Acacio (Pedro Pascal) y ahora ha tocado el turno de atacar la ciudad africana de Numidia donde vive el protagonista Hanno (Paul Mescal) junto a su esposa Arishat.
Gladiador II abre, tal como lo hacía la original, con una espectacular secuencia de acción que ya nos prepara para el gran despliegue del que va a hacer gala durante las próximas 2 horas. Hoy en día es fácil dar por sentado a un director de la talla de Ridley Scott, pero no hay que olvidar que estamos hablando de un hombre de 86 años y que sin embargo sigue filmando con un nivel de energía y dinamismo por el que no se nota el paso del tiempo y que además ha logrado mantener siempre a la vanguardia de la tecnología, aprovechando los recursos técnicos contemporáneos para construir secuencias que hubieran sido imposibles hace veinte años. Su gran manejo de la acción y la épica serán la mayor arma de esta secuela que, en cuanto parezca empezar a hacer aguas en otros apartados, siempre mantendrá un nivel alto de espectacularidad sin sacrificar la claridad y la buena puesta en escena.
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Arishat muere en batalla y la ciudad cae ante la imponente maquinaria militar romana. Hanno y varios guerreros númidas son tomados como esclavos y llevados hasta Roma para morir en “los juegos”. A partir de aquí empezamos a imaginarnos más o menos los distintos puntos que irá atravesando la trama y que muchas veces parecen espejar a los acontecidos en la historia de Máximo. Al igual que él, Hanno utiliza su conocimiento militar para hacerse carrera como gladiador a pesar de sus propias negativas al principio. Tras verlo luchar, es comprado por un esclavista llamado Macrino (Denzel Washington). Pero Macrino está lejos de ser un amo bonachón como el Próximo de Oliver Reed; es un tipo astuto y ambicioso, muy involucrado en el juego de tronos y que rápidamente empezará a mover fichas en cuanto descubra que Hanno es en realidad Lucio, hijo de Lucila (Connie Nielsen) y nieto de Marco Aurelio.
Esta vez la trama tiene muchos más componente políticos, con personajes con dobles intenciones, traiciones y luchas de poder típicas de las producciones en el mundo post-Game of Thrones. El problema radica en que la primera Gladiador, si bien contenía estos elementos, se sostenía principalmente alrededor del núcleo emocional del personaje de Russel Crowe. El espectador llegaba a generar una conexión muy fuerte con la tragedia de Máximo, la pérdida de su honor y, especialmente, la muerte de su familia. Más allá de la espectacularidad, el recuerdo más vivo que muchos tienen de esta película es derramar lágrimas con el reencuentro en el más allá del final. A su vez todo ese dolor se convertía proporcionalmente en odio hacia Cómodo, autor principal de todas las desgracias del héroe e interpretado magníficamente por Joaquin Phoenix. La secuela conserva el mismo tono melodramático en sus diálogos y situaciones pero al haberse vuelto más grises los personajes y perdido esa distinción clara entre bien y mal, se atenúa el impacto emocional y por consecuencia termina sintiéndose todo bastante superficial y negativamente artificioso a pesar de sus intentos de interrogarse sobre la verdadera naturaleza de Roma como Estado y el sueño de una nación de ciudadanos libres (un tópico que puede ser fácilmente trasladado al contexto sociopolítico moderno).
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Tampoco ayuda la construcción del protagonista. Paul Mescal ha demostrado ser un excelente actor dramático en proyectos como Aftersun o Todos Somos Extraños pero aquí quedan desperdiciadas sus dotes al ser Lucio un personaje que se siente vacío y al que la película nunca se toma el tiempo suficiente para que podamos conectar con él, un protagonista que termina siendo mucho más reactivo a los vaivenes de la trama y cuyas motivaciones (que cambian a lo largo del film) nunca terminamos de hacer propias. La emotividad intenta construirse apelando a la nostalgia a partir del uso de la iconografía o la música de la primera película y no por las virtudes propias de esta nueva iteración.
Estos problemas pueden alejar a Gladiador II de la grandeza de su precuela pero no por ello la transforman en una mala experiencia cinematográfica. Hay un muy buen manejo del ritmo que hace que su larga duración apenas se sienta y siempre hay un nuevo giro a la vuelta de la esquina que mantiene la trama interesante y en movimiento. A pesar de no explotar al máximo sus capacidades, Mescal hace lo mejor que puede con lo que le hes dado y su carisma es capaz por sí solo de llevar la cinta en sus hombros. Y hablando de carisma, es innegable la presencia en pantalla tanto de Denzel Washington como de Pedro Pascal. Es imposible ver a Macrino hablando o moviéndose por el cuadro y no pensar que Washington seguramente haya sido la persona que más se divirtió en la filmación, construyendo un personaje no muy alejado de su Alonzo en Día de Entrenamiento. En cuanto a Pascal, al momento del castear a uno de los actores más queribles de Hollywood actual uno podía imaginarse que iba a haber mucho más detrás de Acacio que un simple villano y aunque su tiempo en pantalla sea limitado, logra dejar su marca y el tan promocionado enfrentamiento entre él y Mescal está a la altura de lo visto en El Último Duelo.
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Como ya había dicho previamente todo el film se encuentra aderezado por unas secuencias de acción sencillamente espectaculares que haciendo gala de un impactante despliegue técnico permitieron dejar volar la imaginación y pensar todo tipo de combates que se alejen del simple cruce de espadas y a lo que ya se había visto en la primera parte. Así los grandes ganadores parecerían ser los animales. Si ya nos había generado tensión unos tigres dentro de la arena, ahora será el turno de feroces simios y hasta de un enorme rinoceronte que con cada una de sus pisadas hará retumbar la sala de cine. Uno podría creer que se trata de otra exageración histórica pero estas extravagancias eran moneda corriente en la Antigua Roma y así llegamos hasta el punto más álgido de la película: la completa recreación de una batalla naval dentro del mismo Coliseo, con la arena completamente cubierta de agua infestada de voraces tiburones. Lucio gritando órdenes, flechas volando por los aires, cascos estallando en mil pedazos, tiburones despedazando los cuerpos que caen al agua. Una secuencia descomunal que deja pequeño en comparación al enfrentamiento de Máximo contra las carrozas.
De esta forma Gladiador II es una secuela que contentará a los fanáticos y a quienes quieran más del tipo de espectáculo que solo Ridley Scott sabe dar, con combates sumamente creativos que elevan la apuesto contra todo lo que vimos en la primera película. La historia de Lucio está hecha para entretener a todo el mundo pero, a diferencia de lo que pasaba con la de Máximo, difícilmente conmoverá a nadie.
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