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"Bottoms" - teenpics y trash talk

Josie (Ayo Edebiri) y PJ (Rachel Sennott) son compañeras de secundaria. Son grandes amigas desde la infancia y tienen mucho en común, incluso ambas se sienten identificadas (y apenas ofendidas) con la categoría que el director utiliza para nombrarlas a través del intercomunicador que se escucha en toda la escuela: «¿Podrían las gays feas y sin talento presentarse en la oficina del director?». Sí, así les habla el adulto a cargo –un hombre cis blanco–, y a nadie parece importarle. Este es el mundo de Bottoms (“El club de las luchadoras”, 2023), la nueva película de Emma Seligman.

Seligman es la directora de Shiva baby (2020), y si allí utilizaba las tradiciones de la comunidad judía neoyorquina como marco para contar el coming of age de Danielle –encarnada también por Rachel Sennott, coprotagonista y coguionista de esta película–, en esta ocasión elige un campo de acción mucho más grande y complejo, uno que tiene sus propias reglas y convenciones: la comedia de secundario yanqui. De The breakfast club (“El club de los cinco”, John Hughes, 1985) a Clueless (“Fuera de onda”, Amy Heckerling, 1995), pasando por Superbad (Greg Mottola, 2007) y 21 Jump Street (Phil Lord, Chris Miller, 2012), todos los espectadores latinoamericanos sabemos de qué hablamos cuando hablamos de “teenpics”, ese subgénero que en algún momento u otro de nuestra adolescencia no nos resultó indiferente.

El “club de las luchadoras” completo.

Casilleros de metal con combinaciónes privadas, equipo de fútbol americano y cheerleaders, laboratorio de química con matraces de Erlenmeyer, oficina del “principal” y enfermería, salón de actos y campo de deportes, clases de teatro y concursos de debate, alumnos de intercambio y profesores en crisis, nerds y populares, etcétera. Todo esto y mucho más conforma el universo de estas películas; y si bien Bottoms acepta gustosa ser parte de esta tradición, la novedad radica en romper abiertamente con la lógica y el realismo de un subgénero que a duras penas puede considerarse verosímil.

En Bottoms los miembros del equipo de fútbol americano visten todo el tiempo las hombreras de protección debajo de sus camisetas, las madres tienen sexo con estudiantes menores de edad y no lo ocultan, los alumnos asesinan con sables a otros alumnos, y un profesor desilusionado tacha del pizarrón la palabra “Feminismo” y escribe debajo: «Por ​​qué todos los presidentes han sido hombres, y por qué debería seguir siendo así». Si bien este tratamiento anárquico conecta con parodias tales como No es otra estúpida película americana (Joel Gallen, 2001), también sitúa a sus personajes bien cerca del estilo característico de Judd Apatow: aquí lo que manda es la actuación, la improvisación y los diálogos políticamente incorrectos. A pocos minutos de comenzar la película tenemos un ejemplo inmejorable de esto. Luego de desaprovechar una situación de agradar a la chica que le gusta, Josie irrumpe en una larga catarsis: «No quiero decirlo, pero estamos jodidas. ¿Y sabés qué? Está bien. Porque no va a suceder. Si no está sucediendo aquí, definitivamente no va a suceder en la universidad, ¿de acuerdo? Ya me cansé de intentar tener sexo. Estoy guardando mi vagina, y voy a cogerme a Matthew. Esa es la única esperanza para mí. Y como él es gay y valiente, probablemente me va a coger sin protección. Entonces me voy a quedar embarazada. Tendremos que unirnos a la iglesia y él será el pastor gay. ¡Toda mi vida se fue a la mierda! Y sí, por supuesto, sus sermones son buenos, pero todo el mundo sabe que es marica. ¡Todo el mundo sabe que es un maldito marica! Por cierto, nuestro hijo Ezequías nos odia. Porque sabe que ambos estamos en el clóset, y si bien tratamos de que funcione para él, no está contento. Y sí, ¿adivinen qué? ¡El diácono está cogiéndose al evangelista! ¡Se está cogiendo al evangelista!», grita Josie desencajada, para finalmente rogarle a PJ entre lágrimas, «¿Vendrás a visitarnos los domingos? Por favor, ¿podés venir a visitarnos los domingos?».

Luego de esta decepción inicial, Josie y PJ idean un plan para acercarse a los objetos de sus respectivos deseos –Isabel (Havana Rose Liu) y Brittany (Kaia Gerber), las dos chicas más populares y despampanantes del colegio–: crear un club de autodefensa, es decir, una especie de “club de la pelea para chicas”. Si bien ninguna confía demasiado en el éxito de esta idea, existe un miedo real a sufrir ataques en parte de la comunidad femenina de la escuela, y a partir de un falso rumor –diseminado por ellas mismas– de que ambas estuvieron detenidas en un reformatorio, la pareja adquiere reputación de chicas pesadas que saben golpear y recibir golpes. Inspirada en las icónicas escenas de El club de la pelea (David Fincher, 1999), la película se vuelve cruda al representar esa mezcla entre violencia y sexo que surge de la batalla cuerpo a cuerpo entre personas que nunca han peleado en su vida –porque si bien en este club no hay “reglas”, desde el primer encuentro queda estipulado que todas deben pelear (en esta clase no hay lugar para oyentes)–.

La batalla final.

En su libro “Ángeles y demonios: representación e ideología en el cine contemporáneo de Hollywood” (Paidós, 2003), Celestino Deleyto establece algunas de las coordenadas de las “teenpics”: «Las historias de estas películas suelen narrar ritos de paso, frecuentemente cifrados en clave sentimental o sexual. Suelen colocar a sus protagonistas en un estado intermedio entre la niñez y la edad adulta y se constituyen en expresiones simbólicas del acceso a la identidad. Por lo tanto, el “teenpic” trata sobre la identidad del adolescente, una identidad en estado de transición que en estos filmes se define generalmente por oposición a la visión que de ellos tienen los adultos pero que, simultáneamente, nunca es completa en sí misma sino en relación con un futuro de integración definitiva en la sociedad de los mayores». Definitivamente PJ, Josie y varios otros de los personajes secundarios, están lidiando con una identidad en estado de transición. Respecto a la intención que tienen de integrarse definitivamente en la sociedad de los mayores… es más discutible. La película de Seligman, a diferencia de los clásicos de John Hughes, no busca calmar la ansiedad adolescente, ni tampoco comprenderla. Lo cómico de Bottoms radica en la furia con que este grupo de chicas viven esta etapa de su vida. PJ es un personaje sumamente violento, mentiroso, manipulador, egoísta y con una inteligencia cegada por su necesidad de actuar rápido. El slogan de Cobra Kai –el spin off de Karate Kid (John Avildsen, 1984), esa otra gran película para adolescentes de cincuenta años de edad–, se aplica a la perfección a su personaje: PJ quiere golpear primero, golpear fuerte, y no tener piedad. Al punto que los objetivos iniciales del club se desdibujan cuando entre el resto de las asistentes nace un auténtico espíritu de hermandad. Porque ya no se trata de usar el club para beneficio personal, sino para el bien de la mayoría, algo que también incluye a los muchachos de la escuela (por más detestables que sean).

Emma Seligman con sus protagonistas.

Bottoms es divertida y despareja, auténtica y anárquica, algo que parece ser el sello de la pareja creativa formada por Emma Seligman y Rachel Sennott. Dos jóvenes que hicieron caso a la argentina Malena Pichot, la cual repitió hasta el cansancio un simple pero poderoso mantra: «¡Enojate, hermana!».

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