(advertencia: este artículo tiene spoilers de cerca de 30 películas, incluyendo a la Trilogía de Batman de Christopher Nolan y toda la saga de filmes de James Bond. Es necesario para demostrar el punto central del análisis)
En Batman Inicia (2005), Christopher Nolan se decidió a contar los orígenes del Caballero de la Noche, lo cual no era una novedad para el cine de superhéroes pero sí para los filmes sobre Batman. Tanto los seriales de la década del 40, la serie de culto de los 60s, y el fantástico reboot de Tim Burton de 1989 se habían salteado olímpicamente el tema, pasando directamente a la acción y con el personaje ya dotado de su traje y de sus característicos gadgets. Tal era el grado de omisión de cómo Batman llegó a ser Batman que era más probable que supieras más sobre el origen y las motivaciones de los villanos que lo enfrentaban - el Guasón, el Pingüino, Gatúbela, etc - que sobre el cruzado encapotado. A lo sumo el mayor dato sobre su origen era algún que otro flashback - armado por Burton primero, y por su sucesor en la franquicia Joel Schumacher después - que te explicaba cómo mataron a los padres de Bruce Wayne delante de sus ojos cuando era niño, de cómo eso lo impulsó a ser un cruzado que combatía al mundo del crimen, y de cómo lo aterraban los murciélagos en su infancia.
Mientras que eso te explica el por qué se convirtió en Batman, no tenías el más mínimo detalle del cómo, o sea el proceso que debió pasar para transformarse en un superhéroe que era el terror del bajo mundo de Ciudad Gótica. Al contrario de la historia de Superman - que con matices siempre se mantuvo igual: el último hijo de Krypton, lanzado al espacio justo cuando su planeta natal estaba por explotar, y que fue adoptado por los Kent cuando su nave espacial se estrelló en su granja en un pueblito de Kansas -, la historia de origen de Batman se mantuvo como una especie de multiple choice según qué escritor tomara la tira, y nunca pasaba de ser algo sugerido: que Alfred, su mayordomo, era un ex espía del Mi6 británico y lo entrenó él mismo para combatir el crimen; que se fue a entrenar con algún super maestro de artes marciales (el personaje de O-Sensei) en una escuela secreta en Asia; que construyó sus gadgets en completa soledad ya que tenía el intelecto de un genio; o que tenía un empleado de extrema confianza (Lucius Fox) que le proveía toda la tecnología mientras él se dedicaba al trabajo detectivesco y a desarmar los planes de los villanos. Mientras que todo eso era una zona gris, a Christopher Nolan le resultó fascinante llenar los espacios en blanco, comenzando por la elección del disfraz de murciélago y, especialmente, por qué alguien vestido así sería creíble - y hasta temible - en el mundo real.
Una vez que Batman Begins se convirtió en un éxito, a Christopher Nolan le dieron vía libre para seguir desarrollando secuelas, cosa que se resistía a hacerlo hasta que lo convencían planteándoselo como un reto intelectual. Así es como terminó construyendo una trilogía que no sólo es formidable en lo cinematográfico sino que también es inusual porque abarca el ascenso, esplendor, caída y retiro del superhéroe. Vale decir, Nolan fue un paso más allá y comenzó a preguntar: ¿qué pasa después del final feliz?. Y si lo extrapolamos a otros géneros te empezarías a plantear preguntas como: ¿qué pasaría con Superman cuando tuviera 70 años?. ¿Qué haría Luke Skywalker después de derrotar al Imperio?. O ¿a qué se dedicaría Indiana Jones cuando le llegara el tiempo de jubilarse?. (lamentablemente varias de estas preguntas ya las contestó Disney de la peor manera posible al explotar sus propiedades intelectuales más allá de la fecha de vencimiento, o reciclando de manera salvaje viejas ideas de la saga sin el más mínimo indicio de innovación).
Mientras que todo esto es apasionante, quienes miraban de reojo las ideas que aplicaba Nolan en la saga de Batman eran Barbara Broccoli y Michael G. Wilson, los productores de la serie de James Bond desde mediados de los 90.
Para entender en qué estado estaba la franquicia de James Bond en la década del 2000, es necesario hacer un breve repaso histórico del devenir de la saga. Mientras que en los 60s los filmes de 007 fueron un fenómeno cultural y popular comparable al de Los Beatles - el público nunca había visto nada parecido en cuanto a excentricidad y espectacularidad; la gente iba a ver los filmes una y otra vez y, en algunos casos, las salas estaban abiertas las 24 horas para satisfacer la demanda; aparecieron imitadores y parodias de todo tipo, ya fuera como películas o series de televisión, con lo cual tenías agentes secretos hasta en la sopa… y todo esto sin hablar de la tonelada de merchandising que generaba cada nuevo filme -, para la década del 70 la saga había comenzado a perder vigencia. La partida de Sean Connery fue un golpe tremendo para la franquicia y, por otra parte, los filmes comenzaron a perder seriedad hasta el punto de bordear la autoparodia. Ese cambio de tono produjo cortocircuitos entre los dos socios dueños de la licencia - Harry Saltzman y Cubby Broccoli (padre de Barbara y padrastro de Michael el que, curiosamente, es hijo de Lewis Wilson, uno de los primeros Batman de los seriales de los años 40) -, los cuales terminaron por separarse a mediados de la década. Por otra parte los estudios de cine habían comenzado a investigar el modelo de negocios de Broccoli - Saltzman, vieron que se podía aplicar en otros géneros que fueran populares, y pronto empezaron a aparecer franquicias de todo tipo cuando se topaban con un filme de gran éxito. El que arrancó en punto fue El Planeta de los Simios en 1968, el cual fue un éxito inesperado y al toque comenzaron a planificarle secuelas. Luego vino el taquillazo de Steven Spielberg con Tiburón en 1975. Y el golpe de gracia lo dio George Lucas con La Guerra de las Galaxias en 1977, dando a luz el modelo de blockbuster moderno.
Ya para ese entonces los filmes de 007 habían dejado de ser los reyes de la jungla. Recaudaban muy bien, pero ya no eran lo más taquillero del año. Convertidos en comedias plagadas de acrobacias espectaculares - una impronta que le dio Roger Moore, y que Cubby Broccoli inmediatamente aprobó al ver los resultados de taquilla -, la saga volvió a entrar en crisis cuando Moore se cansó de postergar su retiro y se fue definitivamente en 1986. Y si bien Moore se había convertido en un gusto adquirido, la cuestión era cómo seguirlo: retomando el camino serio de los 60s, o siguiendo el perfil de espectáculo liviano y familiar que le dio Moore en los 70s y 80s. El resultado final fue una cosa híbrida / semi seria con la llegada de Timothy Dalton al rol, el cual debutó muy bien en 1987. Pero para 1989 la franquicia volvió a estar en problemas. El segundo filme de Dalton - que parecía un pastiche sacado de un capítulo doble de Miami Vice, aparte de tomarse demasiado en serio a sí mismo - recaudó menos de lo esperado, y a esto se le sumó toda una compleja cuestión de derechos legales sobre el personaje, lo cual puso en el freezer a la saga hasta mediados de los años 90s. Para esa época Dalton dijo basta, y le tocó el turno a Pierce Brosnan. Mientras tanto Cubby Broccoli fallecía y la serie quedó en manos de sus hijos Barbara Broccoli y Michael G. Wilson.
La serie estaba en serios problemas. Ya no estaba más el patriarca de la franquicia. La caída del Muro de Berlín marcó el final de la Guerra Fría y pronto todas las novelas y películas de espías quedaron caducas - el eterno villano de turno que era la Unión Soviética había desaparecido del mapa y hasta China tenía una actitud más amigable hacia Occidente -. James Bond se había convertido en un dinosaurio, algo que remarcaría explícitamente el personaje de M en una línea de diálogo en Goldeneye (1995). La solución fue traer libretistas jóvenes con ideas frescas, y tentar al público joven. Con Brosnan tenían la ventaja que andaba muy bien en la comedia y era creíble en lo dramático, lo suficiente como para darle un perfil más duro y serio al personaje (superior a todo lo hecho en la era Moore).
Goldeneye les salió bien, y pronto Broccoli y Wilson se volvieron más experimentales. Tomaron nota de la saga Alien y comenzaron a llamar a directores de prestigio que habían hecho poco y nada de cine de género, y que pudieran aportar un punto de vista fresco. A Martin Campbell le siguió Roger Spottiswoode, luego Michael Apted y, por último Lee Tamahori. El resultado era algo dispar en cuanto a calidad - Goldeneye y El Mañana Nunca Muere fueron festejadas mientras que El Mundo no Basta estuvo ok y Otro Día Para Morir cayó en excesos similares a los de la era Moore -.
Pero en el 2002 los productores entraron en cortocircuito con Pierce Brosnan y, con el paso del tiempo, decidieron no renovarle el contrato.
Un detalle que nadie habla es que EON - la productora de los filmes de James Bond - no es Marvel, con un clima de fiesta permanente y camaradería. Desde Doctor No (1962) hasta ahora, la productora siempre fue muy exigente respecto a las campañas de prensa para promocionar las películas, al punto de hacerlas interminables para los actores. La negociación de los contratos es dura, y a la larga hay roces con las estrellas. Por otro lado, muchos actores esquivan el rol de 007 - ven demasiado estoico al personaje; los contratos son largos y exigentes, y las probabilidades de fallar con un rol icónico son altas, lo que puede derivar en el hundimiento definitivo de tu carrera -.
Con lo cual volvemos al punto de nuestro análisis en donde Broccoli y Wilson estaban mirando el modelo que Nolan estaba aplicando a la saga de Batman. Y decidieron seguir la misma hoja de ruta. Para hacer su propia James Bond Begins, llamaron a Martin Campbell, el mismo director que salvó a la saga de caer en el olvido en Goldeneye. Y se fueron a buscar a algún actor con buen rango y salario aceptable. Como Gran Bretaña no es Hollywood, hay toneladas de actores con sólida formación teatral y vasta experiencia en cine y televisión que no facturan millones de dólares por su trabajo, y que están ansiosos de una oportunidad para alcanzar el estrellato. Esa política de “bueno, bonito y barato” es una marca de fábrica de EON: no contratan estrellas. Y si lo hacen, es porque están en una situación desesperada, como fue el caso del enrolamiento de Roger Moore a principios de los 70s… el cual tampoco tenía el cachet ni estaba a la altura de un Marlon Brando o Steve McQueen. Por eso el primer contrato les sale apenas un par de millones de dólares; y si tiene éxito la película y el nuevo protagonista es aceptado, entonces se llega a la etapa de renegociación del contrato, que es donde se ponen agrias las cosas y los números se disparan a cifras de ocho dígitos.
Por si no conocen el proceso de selección de un nuevo James Bond, la gente de EON - o sea, Broccoli & Wilson - le ofrece una prueba de cámara a varios candidatos que ellos han preseleccionado. El test consiste en recrear una escena de Desde Rusia con Amor (1963), en donde un semidesnudo James Bond (cubierto solo con una toalla en la cintura) sale del baño, pistola en mano, y descubre a Tatiana Romanova desnuda en su cama. No sólo el actor debe probar que no tiene problemas con su propio físico, sino que debe mostrarse seductor y peligroso, tal como lo había hecho Sean Connery en el filme original.
Para mediados de la década del 2000 un montón de actores había hecho la prueba de cámara y había algunos candidatos que se destacaban, en especial estos tres: Goran Višnjić, el mismo de la serie E.R. Emergencias Médicas, que definitivamente tenía la pinta, pero la idea de un James Bond croata resultaba bizarra (siempre que le ofrecieron el rol a algún actor norteamericano - como Burt Reynolds o Adam West (sí, ése Adam West! el de Batman de los años 60!) - la respuesta era la misma: 007 sólo puede ser interpretado por un actor inglés); un jovencísimo Henry Cavill; y un tipo rubio de ojos impresionantes, que no era muy lindo pero tenía una voz espectacular. Barbara Broccoli le dio el visto bueno a éste último y pronto se vio luchando contra sus asociados (desde Wilson hasta los estudios) para defender su decisión ya que consideraban que el candidato no daba con el physique du rol de lo que se esperaba de James Bond. Ni que hablar de cuando lo presentaron en sociedad: inmediatamente hubo una campaña en contra que se hizo viral en Internet, y llamamientos a boicotear el filme ni bien se estrenara.
Pero Daniel Craig, a pesar de no ser un modelo de portada, tenía un activo muy importante a su favor: sabía actuar. En uno de los filmes previos a tomar el rol - la excelente Layer Cake (2004), donde comparte cartel con su futuro Q, Ben Whishaw -, el tipo había probado ser muy bueno para la comedia, y comandaba la escena cuando estaba en pantalla. Tenía años de teatro y TV encima. Y cómo la historia a filmar era Casino Royale - la única novela de Ian Fleming que Cubby Broccoli nunca había podido comprar ya que los derechos los tenía la Columbia (y después la Sony) desde la década del 50 -, no sólo era la historia de origen de James Bond sino que tenía un par de escenas muy jugadas. La más fuerte es cuando Bond cae en una trampa del villano, éste lo lleva a un depósito aislado del resto del mundo, lo desnuda, lo ata a una silla que tiene un agujero en el asiento, y comienza a torturarlo machacándole los testículos con un limpiador de alfombras (una cuerda gruesa con un peso de plomo en la punta!).
No sólo era una secuencia extremadamente brutal, sino que exigía que la protagonizara un tipo con un rango dramático enorme. Si vieron la escena en Casino Royale, cierren los ojos e imaginen eso mismo pero con Sean Connery atado a la silla. O con Moore. O con Brosnan. De los históricos, quizás el único que hubiera podido estar a la altura era Timothy Dalton. A los gritos, desnudo, seriamente lastimado y a punto de morir.
Cuando Casino Royale se estrena en el 2006, la gente se enloquece. Es el mejor filme de la saga desde Goldfinger, y de ello hay 40 años de distancia en el medio. A Craig no sólo le va bien el smoking - sí, así es; es como cuando vemos a Bruce Wayne ponerse por primera vez el traje de Batman; tanto el smoking como la elección del su trago favorito (Martini sacudido no revuelto) vienen de influencias de Vesper, que fue convirtiendo al tosco asesino en un hombre de clase, y que aquí aparecen por primera vez, integrándose a la mitología del personaje -; tiene una voz impresionante y, sobre todo, una actitud arrogante que va de maravillas con el rol. Este es un 007 inexperto, presumido, confiado en exceso en sus capacidades - lo cual será su perdición -, un agente de campo común y corriente al cual recién le acaban de dar la categoría de élite del doble cero - la licencia para matar - y no sabe lo que es seguir órdenes. Y después de la escena de la tortura, el tipo se vuelve despiadado. No sólo Craig se ve enorme físicamente - éste es un James Bond que te puede lastimar seriamente, no un tipo delgado al que le quedan bien los trajes como el caso de Pierce Brosnan -, sino que es un formidable badass. Claro, Broccoli y Wilson no se han quedado solo con el modelo de Batman Begins; también han mirado con envidia a la saga de Jason Bourne, y han copiado la brutalidad de sus peleas. De nuevo 007 es un asesino a sangre fría, un rasgo que la franquicia había suavizado desde que Sean Connery matara a sangre fría al profesor Dent en Doctor No en 1962. Los fans aplauden. El héroe ha recuperado su esencia, y Daniel Craig es el tipo indicado para la tarea. Hasta los más acérrimos críticos de Craig se quedan pasmados ante la performance del rubio. Este es un James Bond ideal para el nuevo milenio.
Después del éxito de Casino Royale - que supera en recaudación al filme más exitoso de la era Brosnan, el cual se creía que era un límite imposible de alcanzar -, llega Quantum of Solace en 2008. Ya no hay más novelas originales de Ian Fleming para adaptar, hay que empezar a improvisar. Sin embargo la saga mantiene una inusual continuidad. Ahora Bond va tras los responsables de haber reclutado a Vesper Lynd - el gran amor de su vida, el que le devolvió la confianza en su masculinidad después de semejante sesión de tortura por parte de Le Chiffre, y la que prefirió suicidarse antes de ver cómo Bond la rechazaba al descubrir que era una traidora -. La historia está bien, pero Craig es el que realza la película. Cada vez que bromea, gesticula o entra en acción, es brillante.
Entonces comienza un ciclo con altibajos - un filme excelente, otro medianamente bueno -. Si Casino Royale es memorable y Quantum of Solace decente, entonces Skyfall es otro pico. Nuevamente el paralelismo con la trilogía de Batman de Nolan; ahora Bond debe enfrentar a su propio Guasón, otro genio criminal que no tiene empacho en masacrar a quien sea. Quizás hay muchas cosas copiadas a Batman, el Caballero de la Noche - como el escape del villano Raoul Silva de los cuarteles del Mi6, similar a cuando el Guasón aplaude en su celda y provoca la explosión y el caos detonando una bomba instalada en el cuerpo de un preso; los planos de Craig contemplando Londres desde el techo del Mi6, tal como Batman posaba como una gárgola en los bordes de los rascacielos de Ciudad Gótica -, pero el filme vale su peso en oro. Craig llora, se desespera, se enfurece, es letal… es admirable.
A esta altura la saga ha recuperado los rasgos clásicos de la mitología: la secuencia del gunbarrel - cuando Bond camina frente al cañón del arma y le dispara, con el tema de James Bond de fondo -, un M más clásico, una Moneypenny de raza negra y Q, el maestro de los gadgets, que ahora es un nerd con pinta de adolescente. Los personajes clásicos se reinventan tal como el Bond de Craig. Skyfall es brillante y es otra medalla de oro en el pecho de Craig.
Y luego viene un paso en falso. Si el némesis de Superman es Lex Luthor, el de James Bond es Ernst Stavros Blofeld, el genio criminal detrás de la letal organización clandestina conocida como SPECTRE. Siempre saboteando los planes de las superpotencias, robando armas atómicas para venderlas al mejor postor, o poniendo al mundo al borde de una guerra nuclear. Pero la puesta en escena de Sam Mendes - responsable del taquillazo de Skyfall - deja que desear. La subtrama en donde Blofeld y Bond son medios hermanos es risible. Ni siquiera un actor de altísima calidad como es Christoph Waltz logra inspirar amenaza (y eso que los villanos son su especialidad). El drama es el libreto, plagado de coincidencias y ocurrencias artificiales como el vincular a todos los villanos pasados como si hubieran sido miembros de SPECTRE.
Con lo cual llegamos a Sin Tiempo Para Morir. Los problemas de producción han dilatado el filme más de lo esperado - Danny Boyle viene con una idea, después es reemplazado de apuro con Cary Fukunaga -. Pero el cambio es para bien, y lo que uno puede anticipar como un desastre - cuando hay demasiados cambios de último momento tras bambalinas - termina rozando lo genial. El villano de Rami Malek es flojo, pero el filme está plagado de momentos brillantes.
Y el punto más impresionante e inesperado es… que James Bond muere. Tras haber visto las 25 películas de 007 desde que era chico, por primera vez un filme de James Bond te deja con la boca abierta. Fukunaga manda señales de que éste no será un capítulo más de la serie - Hans Zimmer desentierra la fantástica partitura que John Barry escribió para Al Servicio Secreto de su Majestad (1969), entre alusiones al tema principal y reciclando la melancólica canción del filme, We Have All the Time in the World -. En la película de 1969 - protagonizada por el ignoto George Lazenby, debut y despedida en el rol de 007 aunque el filme es magnífico en el resto de los aspectos - Bond se enamora de Tracy Di Vicenzo, una joven aventurera hija de un capo mafioso de Córcega. Pero debido al trabajo de Bond su relación está predestinada a la tragedia; ni bien se casan, la joven perece en un atentado provocado por Blofeld en venganza porque 007 le ha arruinado una vez más sus planes. Es un filme totalmente diferente a todas las entregas anteriores de la saga pero, por otro lado, precisaba un intérprete con mucho más rango que el estoico Lazenby.
Y si a Tenemos Todo el Tiempo del Mundo sonando en el aire… es porque la tragedia se avecina. Bond se ha enamorado de vuelta, esta vez de Madeleine Swann, la hija de un antiguo enemigo. El espía desea con toda su alma una vida normal pero, como decía Michael Corleone en El Padrino III, cada vez que intenta salir… pasa algo que lo vuelve a meter de nuevo en el infierno del que quiere escapar. Hay enemigos viejos y nuevos, deudas pendientes… injusticias del destino. La mujer que ama vuelve a estar en peligro y, para colmo, 007 descubre que tiene una hija - por más que Swann lo niegue, la nena tiene los impresionantes ojos azules de Craig; no hace falta hacer una prueba de ADN para saber quién es el padre de la niña -. ¿Podrá 007 vencer una vez más a los malos y, esta vez, formar familia, establecerse como cualquier persona normal, envejecer al lado de las personas que ama?.
Si Sin Tiempo Para Morir es el equivalente en la saga de Nolan de Batman, El Caballero de la Noche Asciende, el filme decide bajar de una pedrada toda esperanza de un final feliz para un hombre cuyo oficio es la muerte. En un detalle curioso para una saga tan longeva, ésta es la primera vez que la estrella actúa también como productor del filme. Es tanto el respeto que Craig emana, es tal su conocimiento del personaje que aquí tiene input creativo… y le dice a los productores y al director que maten al personaje. ¡Sacrilegio!. ¿Cómo va a morir James Bond?. La pregunta inversa sería: ¿el filme hubiera funcionado con un final feliz, con Bond casado y sentado en una silla en el porche de su casa?.
La respuesta es no.
Es cierto que el libreto inventa un mecanismo super rebuscado para provocar el sacrificio del héroe - su ADN está contagiado con un virus que matará al mínimo contacto que tenga con su mujer o su hija; la base del villano debe ser destruida, pero está tan fortificada que hay que mantener abierta a mano las compuertas que dan paso a su interior y la vuelven vulnerable… mientras decenas de misiles vienen en camino para arrasarla -; pero lo que importa es la audacia que tiene el filme para cruzar un límite que era impensable.
Y eso jamás hubiera sido posible si no hubiera un intérprete capaz de estar a la altura de las circunstancias.
Si en Al Servicio Secreto de su Majestad George Lazenby fallaba como protagonista - siendo tan pétreo que era incapaz de transmitir pasión, debilidad, temor -, acá Craig llora, se desespera… se actúa todo. Este es un Bond que puede decir “te amo” de manera creíble y emotiva, con absoluta sinceridad y envuelto en un mar de lágrimas. Y eso sólo es posible cuando tenés adelante a un gran actor que entiende a la perfección a su personaje.
Es por todo esto que Sin Tiempo Para Morir va más allá de la Trilogía de Batman de Nolan - no es que sean comparables, pero hablo de las ideas paralelas que manejan del ciclo de origen, ascenso, brillo y caída del héroe -. Nolan hizo trampa y le creó un cómodo retiro a Bruce Wayne (aunque también puede interpretarse como que es la imaginación de Alfred - escena final, tomando una copita de Fernet en Italia -, que cree verlo feliz y en paz viviendo en la clandestinidad en Europa; ¿pero cómo va a aceptar la jubilación un hombre que vivió obsesionado toda su vida con combatir al crimen para vengar la muerte de sus padres?). En realidad te da la impresión de que los productores abandonaron la línea de Nolan y miraron al Logan de James Mangold. Por eso Fukunaga y Craig llegaron a la conclusión de que 007 no está hecho para llevar una vida normal; la única paz que puede encontrar es en la muerte. Y, en este caso, no porque sus enemigos lo hayan vencido sino porque ha decidido sacrificarse por el bien de la humanidad y el de su familia.
No solo la jugada de casting de Barbara Broccoli ha dado un resultado magistral; el mundo ha tenido el placer de descubrir a Daniel Craig como un intérprete exquisito. Cuando tienes a alguien de tanto talento en una obra - incluso en un producto exclusivamente comercial como son los filmes de 007 -, esa persona irradia tal energía que los libretistas empiezan a seguirlo, a tomar apuntes de lo que hace y sugiere, y le crean un guión a la medida de su rango y carisma. La presencia de Craig ha enriquecido la mitología de James Bond, ha vuelto relevante el personaje para las nuevas generaciones, y ha creado un puñado de filmes memorables además de atreverse a mostrar el origen, desarrollo y final de uno de los héroes más icónicos de la historia del cine. Y la confirmación de mis palabras llegará en un futuro cercano, cuando el talento de Daniel Craig termine siendo reconocido con el Oscar en alguna de sus próximas producciones. ¿Acaso ese honor le corresponderá a Queer de Luca Guadagnino?.
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