“Qué mejor lugar para un vampiro que Suecia, en donde tenemos 23 horas diarias de oscuridad”.
Tomas Alfredson
El cine de terror suele atravesar oleadas temáticas, modas que duran un par de años, un lustro o una década. Podría decirse que el género del horror es un animal de costumbres pasajeras y, en ese tren, son (somos) muchos los hartos de las repeticiones en loop de fórmulas, trucos, personajes, conflictos. Hay algunas excepciones, pocas, contadas, puntuales, que buscan y consiguen darle una vuelta de tuerca al género, que suman alguna idea discordante, que elaboran formas de contar por afuera de esquemas gastados.
Las historias de vampiros son tan antiguas como el arte mismo. Las leyendas sobre seres inmortales que se nutren de la sangre de otros forman parte de las bibliotecas incluso desde antes que estas existieran. Y en esos estantes sobresalen los dos libros que se disputan el inicio de la historia literaria de los adoradores del fluido rojo: El vampiro (1819), de John William Polidori y El festín de la sangre (1845), de James Malcolm Rymer. Sin embargo, hay solo un libro que puede pensarse como indiscutible en su peso específico dentro de la historia del género: Drácula, la obra de Bram Stoker publicada en 1897 que estructura detrás de sí a todo lo que vino después respecto de Transilvania y sus satélites literarios. De ahí en adelante se hizo mucho y bueno con anclaje en el género, pero también se produjo mucho fílmico y digital sin valor agregado, sin nada más que referencias pobres y repeticiones de una idea a la que parece que siempre se le puede sacar un poco más de jugo sin sabor.
En el año 2008, cuando el género del terror dominaba las salas de cine con réplicas en loop del hair-horror japonés y secuelas de slashers como Saw o similares, el realizador sueco Tomas Alfredson aterrizó en pantallas con su versión de la novela Låt den rätte komma in (2004), de su compatriota John Ajvide Lindqvist.
Déjame entrar, tal el título con el que se conoció al film y a la novela en países de habla hispana, representó en esos años una actualización al horror cinematográfico. La clave: se trata de un melodrama trágico que echó mano a herramientas del género del terror, pero sin emparejar con sus lugares comunes y clichés.
La historia que nos cuenta Alfredson, con guion del propio autor de la novela, tiene en foco a un adolescente atormentado por el bullying que sufre en la escuela y la apatía de su madre cuasi ausente, a lo que se suma un padre que vive lejos y lo considera un plan B. Pero la foto más amplia nos muestra, además, la vida suburbana de una Estocolmo a la que no parece llegar el promocionado estado de bienestar sueco. El poblado gris, áspero y decadente que retratan tanto la novela como la película son escenario de una purga ejecutada por una teenager vampira que empatiza con el mood depresivo y freak de su nuevo amigo mortal. Amigo que, para más datos, fantasea con clavar su pequeño cuchillo en las entrañas de los abusadores que lo maltratan en el colegio.
La novela/película debe su título, en inglés Let the Right One In, a la canción de Morrissey “Let the Right One Slip In”. En este caso el significante, en el parafraseo, dispara su significado al mito de que a los vampiros hay que dejarlos pasar al lugar en el que uno está porque de otro modo no pueden hacerlo sin pagar las consecuencias.
El modo animal con el que se maneja Eli (Lina Leandersson) hace que la empatía que demuestra hacia su nuevo amigo Oskar (Kåre Hedebrant) se resignifique a cada paso. Desde la noche en que se conocen frente al edificio en el que son vecinos y ella, cuando él se va a su casa, respira hondo tras haber contenido el deseo de morderle la yugular. Empatía, amor, conexión humano-vampira, amistad entre víctima potencial y voraz depredador de venas, amor no consumado. Los estadíos por los que pasa la relación entre ambos adolescentes son pilares de la historia de John Ajvide Lindqvis.
También son centrales en la versión cinematográfica los elementos que quedaron afuera para que fluyera sin empedrados la relación entre los púberes. La extensión intrínseca de la novela permitió, entre otros tópicos, que el autor pudiera explayarse con lo justo y necesario sobre la pedofilia del hombre que acompaña a Eli en su aventura vampírica ¿Qué hace un anciano con una niña a la que a simple vista no trata como alguien trataría a su nieta o su hija? La dupla Alfredson-Lindqvis dejó fuera del film lo más explícito de una pederastía que, aunque no se enuncie, está implícita.
La película incluye escenas de virulencia radical aunque sin acudir a las imágenes explícitas. Se agradece la elegancia, el gore boutique. El link más a mano es la antológica Trouble Every Day (Claire Denis, 2000), otro título de culto en esto hacer de la sangre una santidad de la estética cinematográfica. Al mismo tiempo, otras conexiones que se ven en pantalla acercan a sus autores a climas que llegan desde la filmografía de Ingmar Bergman (bien vale una visita a Persona y El séptimo sello). En tanto, en la intersección literatura-cine las claves son variadas pero si hay alguien dando el presente en este juego, ese es el amigo Lovecraft, en particular sus relatos sobre almas en pena que dialogan con su pesar.
Una historia de amor
Acercarse a Déjame entrar desde el género de terror es una opción, pero si nos dejáramos llevar por la tentación de circunscribir al film en un género, ese sería el melodrama. Claro que no uno con una pareja de moda de rostros amables. El propio director se refirió a cuál es la batea donde debería ir su película: “Es a la vez literatura y drama fantástico. A pesar del triste telón de fondo de la Suecia de color gris plomizo, las duras condiciones sociales, el acoso y la violencia sangrienta, la veo como una historia de amor romántica con un final esperanzador y feliz”, declaró Alfredson al momento del estreno de su largometraje. Y agregó: “Encuentro que tiene la misma dinámica, con la oscuridad en el fondo y la luz en primer plano, que las historias de Charles Dickens o los escritores clásicos de terror".
“Las modificaciones para adaptar la novela (ambientada en la década de 1980 y reconstruida en ese sentido para la puesta de arte) se hicieron desde la admiración a la sensibilidad que tiene el texto, por eso se tuvieron en cuenta las consecuencias de la puesta en imágenes”, apuntó el realizador.
Asimismo, Alfredson no dejó pasar la oportunidad de explicar el porqué de la eliminación de la referencia explícita a la pedofilia de quien busca víctimas para la joven vampira. “Ese es un tema muy difícil de tratar en cine, me molesta mucho cuando se utiliza como si se tratara de un efecto especial emocional”, resumió.
Elogios y premios
La producción sueca recibió elogios de la crítica internacional y ganó numerosos galardones, incluyendo el Premio Founders al mejor guion adaptado en el Festival de Cine de Tribeca y el Méliès de Oro de la Federación de Festivales de Cine Fantástico Europeo por la Mejor Película Fantástica Europea.
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