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Klaus Kinski y una película sexploitation en la que sublimó su adicción al abuso

El escenario es un prostíbulo de Shangai, hace más o menos un siglo. Los protagonistas son dos, excluyentes: un ricachón británico, Sir Stephen (Klaus Kinski) y la bellísima joven O (Isabelle Illiers), convertida en esclava sexual, en sierva de un déspota amoral.

Estamos hablando del film Les fruits de la passion (Los frutos de la pasión), del realizador japonés Shuji Terayama, conocido por sus incursiones cinematográficas polémicas, en algunas ocasiones experimentales, en otras directamente relacionadas con el sexploitation y demás vertientes borders del cine.

Lo primero que vemos en la narración es a la extraña pareja llegando en embarcación a un puerto. Kinski en barco, igual que en Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1982), igual que en Aguirre, la ira de Dios (Herzog, 1972), por mencionar las dos incursiones más célebres del actor en las aguas.

Este largometraje de 1981, ambientado en la década de 1920, tiene detrás a la célebre productora francesa Argos Films, responsable de clásicos del cine como Las alas del deseo (Win Wenders, 1987), Sacrificio (Andrei Tarkovsky, 1986), Paris, Texas (Wim Wenders,1984); Mouchette (Robert Bresson, 1967); El imperio de los sentidos (Nagisa Ôshima, 1978) y El planeta salvaje (René Laloux, 1973), entre muchos otros. En este caso la conexión es más con la vertiente del erotismo trash, que establece un puente de plata entre el mencionado largo de Ôshima e incursiones más bizarras como las del español Jesús Franco.

Al igual que Franco, Shuji Terayama era un consabido cultor de márgenes del cine embebidos de sangre, sexo y morbo al por mayor. El sexploitation, en ese universo freak, era punta de lanza de un cine que a comienzos de los `80 seguía en la cresta de la ola con títulos paradigmáticos como la saga Emmanuelle (la primera, de Just Jaeckin, estrenada en 1974), Salón Kitty (Tinto Brass, 1976) o la posterior El diablo en el cuerpo (Marco Bellocchio, 1986).

Sexo explícito, sado y crueldad

Las escenas de sexo en Les fruits de la passion están lejos de la pasión que enuncia el título y también a mucha distancia de cualquier forma de erotismo. Klaus Kinski, enfundado en un traje blanco que acompaña su pelo rubio oxigenado, aborda a su personaje desde la crueldad que expresa en cada palabra que le dirige a su esclava, a quien, sin embargo, presenta como su amante.

La joven O (el film se basa de forma muy libre en la novela Retour à Roissy de Anne Desclos, escrita como secuela de la conocida Historia de O de la misma autora) está en ese burdel para ser transformada en prostituta.

El proceso de destrucción que ejecuta Sir Stephen sobre O es devastador, desde el destrato apenas sutil hasta el maltrato más flagrante. Ella, sola en su habitación mientras el macho tiene sexo salvaje en la de al lado, dice que siempre le será fiel a él. Y él, en otra escena, le dice que en ese momento quiere ser espectador, para lo cual la somete a hacerle una felatio a un cliente del prostíbulo, un acto de sexo oral que la cámara también observa y coloca en primer plano durante varios segundos.

“Rechaza a un cliente y recibirás 101 latigazos. Rechaza el pedido de un cliente sin que importe lo difícil que pueda ser y no se te alimentará durante 101 días. Tú no eres más que un juguete; reza o realiza algún acto religioso y serás forzada a copular con los intocables”, le indica uno de los cencerberos del lugar a una de las esclavas, a la cual se ve atada de pies y manos. Los intocables a los que se hace mención son, en el imaginario de la historia, marginales, yonkis, lúmpenes, criminales de poca monta.

Otro realizador con el que Terayama establece conexiones es el estadounidense Russ Meyer, uno de los directores olvidados del Hollywood B que tantas alegrías ha deparado. En una escena breve pero poderosa el foco está puesto en otra habitación del burdel preparada para la tortura sexual, pero la victima, en este caso, es un hombre que lleva gorro militar, maniatado cual pollo al espiedo y sometido por una dominatriz. El link nos envía de forma directa a uno de los opus más bizarros de Meyer, Megavixens, Up! (1976) en el que un simil Adolf Hitler atado a una mesa es sodomizado por un ogro impiadoso. Tan impiadoso como el vampírico Kinski, que alguna vez fue clínicamente diagnosticado como sexópata con rasgos psicopáticos.

Cine valijero

A través del cineasta Armando Bo y el máximo ícono sexual sudamericano, Isabel Sarli, el subgénero del sexploitation tuvo una versión argentina, adaptada a la realidad de un país que, en los 70s y 80s, vivió a fuerza de censura. El “cine valijero”, tal su denominación, alcanzó su cénit a principios de la década del ´80 cuando, luego de recuperada la democracia, Argentina se permitió la proyección de películas con escenas de sexo sin cotes.

El término “valijero” que le cabe a esta forma de experimentar el cine tiene relación directa con el público que lo consume. Valijero, en el argot de la ciudad de Buenos Aires, donde el término tiene su marca registrada, está relacionado con un tipo de oficinista que circulaba por las zonas céntricas, preferentemente a la hora del almuerzo o luego de los horarios de oficina. El escenario era cualquier sala de cine que proyectara, en algunos casos en continuado, uno, dos o tres títulos como los antes mencionados. Y entre ellos se ubicó, sin necesidad de calzador, este con Kinsky y su esclava.

La valija es protagonista aquí por una cuestión clave: era el elemento que el oficinista que oficiaba de espectador colocaba sobre su falda para así taparse y poder hacer con sus manos y su miembro viril lo que quisiera/deseara/pudiera en la oscuridad de la sala, mientras en pantalla aparecían esclavas, amazonas, megavixens, o lo que la producción sexploitation del momento hubiera decidido.

Los abusos de Klaus Kinski a sus hijas

Las distintas monstruosidades que Klaus Kinski (1926-1991) encarnó en pantalla grande, desde Fitzcarraldo hasta Nosferatu, y en especial este papel que interpretó en Les fruits de la passion pintaron en gran medida la voraz degradación que lo atravesaba también fuera de campo.

Kinski tuvo a lo largo de su vida un hijo y dos hijas a las que reconoció como tales (dice la leyenda que son varias más quienes no recibieron su apellido). Una de ellas, Pola Kinski, echó luz en sus memorias sobre la verdadera historia personal del actor y contó sobre los abusos sexuales a los que las sometió a ella y a su hermana, la famosa actriz Natassja Kinski.

En su libro “Kindermund” (Palabra de niño, en castellano), editado en 2013, Pola reveló que su padre abusó sexualmente de ella de forma continua desde que tenía 5 años y hasta que cumplió los 19. Su hermana corrió una suerte similar.

“La daba igual que dijera que no quería, sencillamente se apropiaba”, apuntó la mujer, quien aseguró en su trabajo que creció bajo el terror constante a los ataques sexuales de su padre.

“Cuando lo veo en sus películas siento que era exactamente igual en el cine que en casa”, dijo también, en el marco de su declaración sobre que Klaus Kinski “abusó de cualquier persona y nunca respetó a nadie”.

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