Un animal enorme, de ojos pequeños oscuros que sobresalen de un cuerpo viscoso verde con manchas marrones. Se apoya sobre sus patas. Su garganta se infla y se desinfla. El escuerzo aparece en los primeros fotogramas de la película que tiene de título el nombre del animal, la ópera prima de Augusto Sinay, que a la vez se inspira en el cuento homónimo de Leopoldo Lugones.
El relato enmarcado en el cuento narra la historia de una mujer mayor que convive con su hijo en una casa perdida. Este último mata a hachazos a un escuerzo y no lo quema, lo cual desencadena una serie de funestos eventos. El breve cuento es tomado como base para producir un largometraje que es a su vez narración gauchesca, obra de terror y una fábula fantástica. O, más bien, una película clasificada dentro de lo que en inglés se denomina “folk horror”.
Los paisajes del interior de una Argentina sumida en la Guerra del Paraguay en 1866 son también protagonistas de la historia junto con Venancio, cuya búsqueda en pos de quitarse la maldición del escuerzo se une a la de encontrar comida en una posta lejana y a la de hallar a su hermano reclutado en la guerra. Los tres objetivos confluyen en un viaje que más que camino del héroe, se convierte en el descenso hacia lo animal.
El ritmo pausado, en donde los sonidos de los grillos, las aves y el follaje imperan entre los paisajes de sierras, árboles y cultivos, invita al espectador a sumergirse en una trama casi hipnótica. Hay cierto aire romántico en la presencia absoluta de la naturaleza, en este caso, en su aspecto más ominoso y salvaje. La Argentina del Martín Fierro, con sus jueces de paz que buscan reclutar a los “vagos y malentretenidos”, con unas fronteras endebles y un país que aún se estaba consolidando, se entremezcla con las pampas por donde Venancio hace su terrible viaje.
La imponente música de Tomas Leonhardt, el lente exquisito de Martín Heredia Troncoso y las interpretaciones contribuyen a sumir a quien mira la película en su atmósfera. Cristóbal López Baena encarna a un chico tribulado, que de alguna forma pasa por un “coming of age” crudo en medio de un país hostil. Lo acompañan, entre otros, una premiada Lucía Castro cuya risueña actuación contrasta con el sombrío relato y un Javier Pereira ganador de un Goya por Stockholm.
El desarrollo de casi diez años que tuvo la película reluce en cada pequeño y cuidado detalle; en las vestimentas militares decimonónicas, en cierta búsqueda del modo de hablar de las poblaciones más marginales, en los discursos políticos mitristas. Toda una atmósfera de época que me hizo recordar a las obras nacionales que mejor la construyeron como Camila de María Luisa Bemberg o Zama de Lucrecia Martel.
Pero a diferencia de esas películas, el relato histórico se entremezcla con lo fantástico y lo siniestro. El escuerzo fue asesinado por Venancio pero su presencia se expande en el transcurso de la película. Destroza a un caballo por la noche, se revela en el rostro de un cura, se mete por el cuello inflado de un soldado desertor. Se hace cada vez más omnipresente para el protagonista del relato, hasta el punto de que lo posee por completo.
En ese sentido, los efectos prácticos y especiales son tan orgánicos y sutiles que construyen un clima absoluto de verosimilitud, algo para nada fácil de lograr. El maquillaje y las diferentes utilerías hacen que la presencia ominosa del escuerzo se haga realidad.
Toda esa técnica se aplica mejor que nunca en una de las últimas y más memorables secuencias de la obra, cuando el protagonista se mete en lo que parece ser la guarida del animal. Lo metafórico se hace visceral cuando Venancio camina entre huevos transparentes que guardan cruces católicas y emblemas nacionales hasta enfrentarse con el temido animal.
Venancio parece regresar de la guarida, pero ya no es el mismo. De ella surge la sombra de una criatura que ya no es humana, y que vuelve a acechar, hasta que alguien más se atreva a matarla. De ella surge el fin de una película que se suma a una ola de terror folclórico, de la cual también es parte Cuando acecha la maldad. Un género que tiene un enorme potencial narrativo en el país, y que da cuenta de cómo se puede explotar tanto la literatura, como la idiosincrasia y los cuentos folclóricos de cada región. Queda mucho por contar.
Nota por Alex Dan Leibovich | Periodista | Redactor en Clarín, Peliplat y Erramundos.
Publicado el 8 de septiembre del 2024, 5.35 PM | UTC-GMT -3.
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