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Entre la hipnosis y la hipocresía

El año pasado se estrenó el primer largo del director sueco Ernst De Geer y es un nombre al que prestarle atención. Con un par de trabajos que le preceden, Hypnosen es el resultado de algo que ya venía probando antes y que ahora aparece nuevamente aunque más pulido: una alternativa a la hipocresía en el mundo de lo políticamente correcto que incomoda como piedra en el zapato; un lugar en el que el cine sueco ha visto un nicho en los últimos años. El argumento es sencillo pero lo suficientemente bueno como para crecer desde los personajes, que son el plato fuerte de la película, aunque el final peca más de timorato que de ambiguo a pesar de pretender lo contrario y se repite lo suficiente como para advertir que no es tan solo una cita a su galardonado cortometraje Kulturen (2018).

Vera (Asta Kamma August) y André (Herbert Nordrum) son socios y pareja (¿en qué estaban pensando?), crearon una App sobre salud femenina que pinta bien y promete revolucionar este campo en la medida que no implica muchos datos (tanto en cuanto consumo como a información sobre usuarias) y está pensado para todo ser menstruante sobre la tierra que tenga un teléfono inteligente y, a su vez, orientado específicamente para «países en desarrollo».

Su proyecto, llamado Epione, es seleccionado para ir a un taller de tres días, unas sesiones de pitching con un gurú del marketing para poder venderla y hacer negocios, reuniones, cocktails, premios y mucho lobby. El entusiasmo es alto y las ganas también, pero nada sale según lo esperado: Vera se somete a una sesión de hipnoterapia para dejar de fumar antes del evento y el logro queda en segundo plano porque sale de allí totalmente distinta, al punto que su pareja piensa que está hipnotizada.

Todo el conflicto, y buena parte del film, es la locura de Vera durante las jornadas mientras que su pareja trata de concentrarse en el negocio, aunque todos parecen hacer lo propio para que nada funcione. En rigor, lo único que Vera hace –o le inducen a– es perder el filtro, tan sencillo como eso, pero que en un evento social, plagado de corrección política e hipocresía, puede resultar caótico. Para colmo, André es un tipo dubitativo, algo nervioso, no sabe vender y peca de adulón. A pesar de no perder el eje (al menos no allí) fastidian bastante su servilismo y su inacción. Sin agotar sus recursos, la única idea que tiene para controlar a su pareja –y socia– es medicarla y a traición.

Sí, claro que vamos a juzgarlo: actúa de espaldas a su compañera, y si bien se vio sobrepasado por la situación, comete excesos pensando en su plan con un único fin (que, de hecho, era él único fin). Acá, De Geer y Mads Stegger (guionista junto al director) dividen aguas y lógicamente todo lo que sigue es atrapante. André miente y no es la primera vez: porque todo el speech armado para la presentación de la App se basa en una anécdota inexistente sobre Vera bastante ensayada por ambos pero ahora sin la protagonista. Ya con todo desmadrado, solo resta esperar la colisión, que llega y es fuerte. El problema es que la mentira tiene patas cortas y por cada una crecen dos o más.

Un guión inteligente pero con algo de todo eso que ya habíamos visto en Kulturen y en la incomodidad que generaba ir al choque y exponer falsedades o entrometerse en conversaciones solo para entorpecerlo todo. Incluso vuelve a pasar en la escena de la foto grupal. Y acá tenemos algunas cosas para decir: no es la primera vez que la relación entre los primeros cortos y largos de un director tienen un vínculo, pero acá se replican en varias oportunidades las mismas formas efectivas de Kulturen y eso es un poco riesgoso. Hay otras pero son más sutiles y siempre con el espectador de cómplice. Si bien ese es el fuerte de la película, tal vez lo único que tenga para decir es que lo explota en demasía y corre riesgo de que se vuelva un yeite con apenas un largometraje en su carrera.

Sobre la animalización generalizada también recuerda un poco Östlund y aquella escena de The Square (2017). Seguirle la corriente al loco tiene varios riesgos y un mismo resultado: siempre está más loco que uno, seguro va a redoblar la apuesta y lo que antes era cool ahora causará miedo. Con esto nos referimos al nicho del cine sueco que tanto le resultó a Östlund pero que pareció forzar más de la cuenta en The triangle of sadness (2022), pero que manejó de manera sobria en Force Majeure (2014) y que por estas a tierras podemos encontrar en el binomio Cohn-Duprat, incluso con su crítica constante al mundo del buen gusto, el arte, la literatura y la gastronomía.

Muy buena la puesta en juego del hombre que no interviene porque la mujer puede defenderse sola, sopapo escandinavo al resto de los países en los que eso aún resultaría impensado. Lugares donde el feminismo ya fue y volvió y la interrupción masculina no tiene nada que aportar, tal como dice el coach (David Fukamachi Regnfors, que está muy bien) ¿Acaso ella no puede hablar por sí sola?.

Woke/no woke y discusiones que elevan el tono sobre la ironía y la comedia negra cuando el debate está puesto en el clima o en la salud femenina. Un pico alto en la disparatada escena del bar entre la pareja y el supuesto mentor, donde Verá saca caretas a más no poder, actuando con la soltura que solo se encuentra en una niña o en el despojo absoluto. Parece que André no tiene tacto para lo social y a la Vera no fumadora ya todo le da igual.

Creo que al final se pretende un plot que no termina de cerrar, porque más allá de todo lo increíble que puede parecer, hay una carga verosímil –y necesaria– en escupirle la cara a lo políticamente correcto que no necesitaba ese corte.

Es inteligente y atrapa, en términos de resultados, como si fuera nuestro propio producto a pitchear en una jornada, es muy efectiva. Y tal vez sea justamente eso lo que hace ruido: un producto bien hecho que abusa de los mecanismos que le resultan propicios. Hace reír e incomoda, crispa nervios por vergüenza ajena y sorprende al final con lo inesperado, igual que lo visto en Kulturen. Una vez está bien, dos tal vez también. No voy a querer ver lo mismo una tercera ¿o si?.

Una última cosa antes de cerrar, que sin dudas es un acierto: la relación de Vera con su madre abre y cierra algunas cuestiones íntimas que el film muestra con ataques en público y con una supuesta altura, pero es también una bajeza. Porque a la arpía sutileza de la mojigatería en una reunión social, no puede responderse de otra manera que una animalización de lo más radical. ¿Por qué seguir lidiando con esto y no soltarlo? Si Vera siente que hace todo lo que hace solo para ser aceptada y por fin encuentra una nueva versión después de una serie de cambios: ¿quiénes son los hipnotizados en un mundo acartonado?

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