No doy pie con bola, hablo por demás, y digo lo incorrecto. Me gusta el que no me tiene que gustar, me llevo mal con mis padres, y de vez en cuando con mi hermana. No le rezo a ningún Dios (pero lo escribo con mayúscula por respeto), a veces armo problemas imaginarios y busco ejecutarlos en la realidad para que pasen cosas.
Básicamente estoy creando una trama espectacular. Sí, me siento personaje principal.
En pocas palabras: incómoda, cínica y cómica. Así es como se delinea al film Shiva Baby, y coincidentemente como me describen mis amigas a mí. Já.
¿Alguna vez viste una película donde el protagonista sea una persona estable? Spoiler alert: esos son los personajes de relleno. El desarrollo del carácter no se hace solo, así que si pensás que la vida no te da un descanso, probablemente seas alguien muy interesante.
Como diría una amiga: “¿quién nos quita lo bailado?”.
Admito que de vez en cuando me duelen los pies, y me pesa la cabeza de aprenderme tanto libreto, pero siento la responsabilidad de generar contenido de calidad para mi audiencia.
En Shiva Baby no pasó nada, pero pasó de todo un poco. No voy a dar spoilers. El ambiente es abrumador e intenso, y produce una sensación similar a la ansiedad (si sos alguien que no la padece, capaz podés experimentarla por primera vez, animate).
La película te pone en los zapatos de su protagonista mientras explora la identidad, lidia con las expectativas familiares, y lucha con su salud mental, en ocasiones atentada por su propia familia. Nos pasa a todos, ¿no?
No es nada nuevo: la sensación de tensión y sofocamiento, equilibradas con interludios humorísticos para poder afrontar la realidad de que - a veces - no tenemos muy claro lo que queremos.
Me animo a decir que debe ser de las cosas más normales en esta generación. Somos imperfectos, políticamente incorrectos y estamos un poco perdidos. Se nos cuestiona constantemente, y se nos exige una respuesta a una pregunta que tampoco está del todo clara.
La única certeza que tengo es que queremos ser auténticamente nosotros. No hay una respuesta correcta, o quizás la respuesta es que no existe tal respuesta.
Si Shiva Baby, Girls y Fleabag coexistieran en un universo cinematográfico, el resultado sería brillante y tremendamente trastornado: un collage de la experiencia femenina contemporánea.
Me gusta cuando me identifico con un personaje en una película. Yo también tengo la necesidad de etiquetar a alguien con términos peyorativos cuando me resultan “amenazantes”. Y sí, catalogar a alguien de aburrido o básico no demuestra elocuencia de mi parte, pero no se me ocurre nada más descalificante que el uso de esos adjetivos.
Esa es la magia que tienen estas obras, es virtualmente imposible verlas y no sentirse identificado, o mínimamente empatizar con los personajes. Son tan reales e imperfectos que nos vemos reflejados.
En Girls entran en juego valores como la autenticidad, la búsqueda de la independencia y la voz, representados a través del realismo crudo, el humor negro, y un grupo de amigas bastante disfuncional. Una especie de Sex & the City pero sin Manolo Blahnik, y con sueldos y personajes más realistas.
Fleabag por su parte aborda la vulnerabilidad, el humor negro y la búsqueda de la conexión humana, mediante una protagonista compleja, fascinante, sumamente autodestructiva y que rompe la cuarta pared.
Estas producciones además de resaltar los valores de mi generación y el humor como agente para sobrellevar adversidades, me dejaron algunas enseñanzas. La primera es que las madres siempre tienen razón (igual aunque estén equivocadas). La segunda, no importa que tan mal estés, si estás flaca, todo va a estar bien. Y la tercera, ¡qué importante es un buen soundtrack!
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