Los colonos (la historia la escriben los que ganan)

“Los colonos” es la ópera prima del cineasta chileno Felipe Galvez, quien desde el inicio se presenta como un director a quien habrá que echarle el ojo. Asistimos a una obra de profundo impacto visual y emocional. Transcurre en la inhóspita Patagonia a finales del siglo XIX. Resulta curioso encontrar que la etimología de “Patagonia” radica en que los colonos destacaban el tamaño de los pies de los nativos de aquella zona. Lo innegable de la historia es que se escribe y reafirma dentro de nuestro cotidiano. La película explora con una honestidad parca las complejas y oscuras dinámicas del colonialismo y la violencia sistemática que acompaño este suceso histórico durante décadas y décadas. El paisaje pareciera por momentos ser un inabarcable testigo silencioso del destrato y la ultranza que los nativos atraviesan.

La trama sigue a un grupo de colonos europeos contratados para demarcas las solitarias tierras de la Patagonia. Lo que -en criollo- quiere decir desalojar, violar y matar a los indígenas de la región. Desde un comienzo la película deja en claro que no será un relato aventurero y repleto de escenas de cowboys, más bien será una disección fría y calculada de la deshumanización inherente al proceso colonial. El ritmo deliberadamente pausado donde el viento de esas latitudes y la vastedad del entorno nos hacen sentir asfixiados, nos aventuran en un viaje incomodo bordeando las líneas de las fronteras que, como bien sabemos, se delimitan con sangre. La construcción de los personajes es uno de los puntos fuertes de "Los Colonos". Alexander MacLennan interpretado por Mark Stanley, es el personaje central a través del cual se filtra la experiencia del espectador. Al principio Alexander es presentado como un hombre inocente, un extranjero que parece no comprender del todo el tamaño de la misión en la que se ha embarcado. A medida que avanza la historia, su evolución se convierte en un perfecto ejemplo de la degradación moral que acompaña al colonialismo. Si bien durante esos años la ciencia separaba a los humanos en razas inferiores y superiores, el factor sádico y descarnado de los colonos no puede ser evitado ni minimizado. La transformación de MacLennan, de un hombre aparentemente bien intencionado a un cómplice en la barbarie, es escalofriante y, sin embargo, trágicamente creíble. Hay que pensar que estos procesos históricos se inscriben en decisiones y acciones concretas a lo largo de la vida de muchísimas generaciones. Uno tiende a pensar -por lo lejano del suceso- que fue un proceso fluido e ininterrumpido, pero es la razón y el contexto de vida de un sinnúmero de individuos, repleto de pausas, retrocesos y desviaciones.

José Menéndez es el jefe de la expedición y un hombre endurecido por años de violencia, es interpretado con una intensidad contenida por Alfredo Castro. Es un hombre que ha dejado atrás cualquier rastro de empatía o moralidad, justificando cada acto de violencia como una necesidad en su misión de "civilizar" la tierra. Ha vuelto la razón de su vida ser un baluarte “civilizado” en esas tierras inhóspitas, logrando levantar un edificio propio de la zona más patricia de Santiago de Chile en el medio la nada. Su presencia en la pantalla es casi fantasmagórica, a través de sus ojos podemos ver la tenacidad de un hombre quien ha sido estoico en su proceder durante toda su vida y no va, a esta altura del partido a cambiar su forma de ver las cosas. Son destacables también las actuaciones de Luis Machín y de Bianca Pujia Levy quienes con una economía de recursos completamente a tono con la película logran empapar el aire de una tensión discreta.

Personalmente creo que uno de los aspectos más impresionantes de "Los Colonos" es cómo Gálvez maneja la violencia. No es una violencia estilizada o glorificada, sino una que se siente cruda y visceral, casi insoportable de presenciar. Cada acto de crueldad, cada asesinato, es presentado con una frialdad clínica, como si un halo de inevitabilidad lo cubriera todo, esto hace que el horror sea aún más palpable. Sin embargo, Gálvez también es lo suficientemente astuto como para no saturar al espectador; sabe cuándo detenerse, cuándo dejar que el silencio y el vacío hablen por sí mismos. La película bascula sin fallas entre la violencia desmedida y la acumulación de emociones en silencio cruzando los paisajes.

La cinematografía es fundamental para crear la atmósfera opresiva de la película. Los inmensos paisajes patagónicos, capturados en todo su esplendor desolado, contrastan brutalmente con la pequeñez y la maldad de los actos humanos que se desarrollan en ellos. Constantemente la montaña pareciera sentirse profanada por estos liliputienses de rojo que arrasan con todo lo que tienen por delante. Gálvez utiliza estos espacios abiertos para subrayar la insignificancia del ser humano frente a la naturaleza, mientras al mismo tiempo expone la arrogancia de aquellos que creen tener derecho a dominarla. Los encuadres son precisos y calculados, con una paleta de colores que refuerza la frialdad y la hostilidad del entorno. Los cielos grises y las extensas planicies barrenadas por el viento parecen reflejar la dureza de los corazones de los hombres que los habitan.

La película también se destaca por su enfoque en la perspectiva indígena, una voz que a menudo ha sido silenciada en relatos similares. A través de personajes como Segundo (Camilo Arancibia), un indígena que sirve como guía para los colonos, Gálvez introduce una dimensión humana y trágica al conflicto. Segundo es un hombre atrapado entre dos mundos: el suyo, que está siendo destruido, y el de los colonos, que lo tratan con una mezcla de desprecio y necesidad. Su silenciosa resistencia y su lucha por mantener su dignidad en medio de la barbarie son un contrapunto conmovedor a la brutalidad que lo rodea. La relación entre Segundo y Louis es particularmente significativa, ya que a través de ella vemos el choque inevitable entre dos formas de vida incompatibles. En él se inscribe la historia de la colonización. Hombres y mujeres que debieron elegir negar parte de su historia, o modificarla para poder subsistir. Ocurre en este caso en la vida de Segundo, pero es un proceso que se da también con la religión, dando lugar a los famosos sincretismos.

"Los Colonos" no me ha sido una película fácil de ver, y esa es precisamente su intención. Gálvez no ofrece consuelo ni redención. En cambio, confronta con la realidad de que los cimientos de nuestras naciones están empapados de sangre y de dolor. El director evita la tentación de hacer juicios simplistas, presentando a sus personajes no como monstruos, sino como seres humanos capaces de monstruosidades. Esta complejidad moral es uno de los grandes aciertos de la película, ya que nos obliga a reflexionar sobre las formas en que la violencia y el poder se perpetúan, incluso en los contextos más aparentemente "civilizados". Nos lleva a re preguntarnos cuánto de esa misma relación de poder se mantiene hoy en día y cuál es el trato que reciben las comunidades indígenas hoy por hoy. Desgraciadamente, esa respuesta ya la sabemos y pareciera no importarnos el nivel de destrato y deshumanización al que están sometidas las comunidades de la Patagonia, del Norte argentino o de cualquier otra latitud en nuestro país. "Los Colonos" no es solo una película sobre el pasado; es una meditación sobre el presente y las formas en que seguimos repitiendo los mismos errores, a menudo bajo nuevas justificaciones y pretextos.

En resumen, "Los Colonos" es una obra cinematográfica de gran impacto, tanto visual como emocionalmente. Felipe Gálvez demuestra ser un cineasta con una visión clara y una habilidad excepcional para contar historias complejas con un enfoque tanto estilístico como moral. La película nos obliga a confrontar aspectos incómodos de nuestra historia y nuestra humanidad, y lo hace con una maestría que es a la vez aterradora y fascinante. El rictus de los hombres civilizados a la hora de perpetuar las mas atroces injusticias nos interpela a pensar nuestro propio gesto y nuestra inercia de pensamiento cuando nos enterarnos de un nuevo destrato a las comunidades originarias de nuestro país. Es un recordatorio poderoso de que el cine, en su mejor expresión, no solo nos entretiene, sino que nos desafía a pensar, a cuestionar y, en última instancia, a reflexionar sobre quiénes somos y en qué nos hemos convertido.

"Los Colonos" es, sin duda un debut impresionante que marca a Felipe Gálvez como una voz poderosa y necesaria en el cine contemporáneo. Es una película que permanecerá con el espectador mucho tiempo después de que los créditos hayan terminado, un testimonio del poder del cine para iluminar los rincones más oscuros de nuestra historia colectiva.

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