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Fernando Fernán-Gómez: actor magistral, director admirable

La felicidad es el cine

Nombre y rostro reconocidos para el gran público, Fernando Fernán-Gómez (1921-2007) contiene muchas facetas: actor, escritor, guionista, director. Además de intérprete insoslayable, ha sido uno de los realizadores fundamentales en la historia del cine español, junto a otros igual de insignes como Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem. Y no será un dato menor recordar que, si bien español, Fernando Fernán-Gómez nació en Lima a raíz de una gira artística de su madre, fue inscripto en Buenos Aires, y la nacionalidad argentina fue algo que mantuvo a lo largo de toda su vida.

Repasar su filmografía es algo que excede a esta nota, pero nada impide elegir algunas de sus películas, a la manera de una selección antojadiza pero no menos representativa de una obra que a todas luces es ejemplar. Para el caso, bien viene recordar el cortometraje F.F.G. Un retrato (1976), que Jesús García de Dueñas realiza a partir del rescate de fotografías y de audios del actor; allí, se le escucha decir a Fernán-Gómez: “el cine me hace feliz”. Una felicidad que no estuvo exenta de problemas con la censura, tempranamente presentes en el que es su primer largometraje como realizador: Manicomio (1954), dirigido junto a Luis María Delgado.

La locura cotidiana

Manicomio, con justa evidencia, es una película sorprendente. En un primer momento, la censura franquista prohibió el guion, pero luego lo permitió, no sin antes señalar varios cortes, debidos a la sorna con la que el argumento abordaba el tema de la locura. Desde luego, el manicomio de Fernán-Gómez y Delgado oficia como un pequeño mundo, potente, que despliega su fuerza poética en los deslices de las imágenes y sus “confusiones”, algo que invariablemente remite en su carácter metafórico al conjunto de la sociedad. Como una variación de la película alemana El gabinete del Dr. Caligari (1920, Robert Wiene) –una variación tan evidente como consciente–, los personajes de Manicomio se desdoblan entre quienes dicen ser y la pesadilla del relato que los circunda; de este modo, una serie de historias se encadenan a partir de la visita de Carlos (Fernán-Gómez) a su novia, empleada como es en esta casa de cuidados mentales. El desliz que señala la imagen (anunciado en los decorados, en una geometría que se disgrega, en los cortes de montaje) aparecerá de manera puntual, cuando quien narre la historia de un presunto “loco” aparezca –vía flashback– como protagonista de esa misma historia; de este modo, la confusión queda expuesta: ¿narra el cuerdo, o narra el loco?; si el rostro es el mismo, ¿quién es quién? Confusión que el desenlace –otra vez el espíritu de Caligari– no hará más que resaltar, al erosionar las fronteras que dividen “claramente” cordura de insanía, y al hacer volar por los aires los gestos y los comportamientos más habituales, por considerarlos clasistas e institucionales; entre ellos y sobre todo –aquí está la columna del film–, el del matrimonio y la familia.

Por si fuera poco, todo esto enhebrado en una sucesión de historias que versionan relatos de Edgar Allan Poe (“El método del doctor Brea y del profesor Pluma”), Ramón Gómez de la Serna (“La mona de imitación”) y Aleksandr Kuprin (“Una equivocación”). Manicomio es una película que dialoga con otras, de índole similar y episódicas, como la británica Dead of Night (1945, varios directores) y la argentina Obras maestras del terror (1960), de Enrique Carreras con Narciso Ibáñez Menta. Pero para la filmografía española y para la época cuando fue realizada, significa una rara avis. No tuvo una respuesta favorable por parte del público; y en todo caso, este ir y venir entre éxitos y desaires será una suerte de sello para la trayectoria del cineasta Fernán-Gómez, algo que de ninguna manera logró mermar su capacidad poética.

Pueblo de heridas negras

Entre Manicomio (1954) y El extraño viaje (1964) –película tan fundamental como extraordinaria dentro de la filmografía de Fernán-Gómez– se cubre una década, y en ella debe distinguirse un díptico ineludible y de humor corrosivo: La vida por delante (1968) y La vida alrededor (1959), cuya continuidad marcó un bienvenido éxito en la respuesta por parte del público. También tuvo lugar una película nodal, que a la censura le resultó intolerable, tanto es así que directamente prohibió su estreno: El mundo sigue (1955), basada en la novela de Juan Antonio de Zunzunegui. Es en la misma estela de El mundo sigue donde se inscribe El extraño viaje, de un clima negrísimo, ambientada en un pueblito cercado por los rumores cotidianos, los bailes del club, los rezos acostumbrados, y la frontera con una Madrid tan imaginada como moderna.

El guion toma por premisa una idea de Luis García Berlanga para concebir una película inaudita. Podría pensarse en una comedia, pero también en un policial con toques de terror. En todo caso, lo que surge es un fresco conmovedor, entre personajes que son, algunos, odiosos, y otros, torpemente culpables. Hay dos hermanos con problemas mentales, una mujer adinerada y amargada (“doña Drácula”, le dicen), una chica sinuosa que sueña con la ciudad (a quien se juzga pero también se mira libidinosamente), una pareja que se promete un matrimonio feliz, y cantidad de parroquianos y viejas de vereda que cuchichean, se empastillan y santiguan. Todo conjugado por una mirada tan despiadada como genial. El extraño viaje, cercana a la vara admirable de Berlanga, es magistral; y su humor –que a veces trastoca en mueca– guarda larvado el mismo ánimo terrible que Fernán-Gómez había ensayado en El mundo sigue.

El cine es un viaje a todas partes

De Fernando Fernán-Gómez actor podrían escribirse páginas y páginas, nunca suficientes y todas valiosas. A título personal y desde estas líneas, se elige recordar su caracterización en La lengua de las mariposas (1999), de José Luis Cuerda, en donde ofreció una de sus caracterizaciones más recordadas; aquí en la piel de un maestro de primaria, republicano y de vida pueblerina, durante los albores de la guerra civil: en su último año de trabajo, previo a jubilarse, el maestro traba una relación afectuosa con un niño cuya mirada, de miedo y libertad en ciernes, sintetiza la contradicción de una España herida, que el desenlace del film hace elocuente. Un final de los que es difícil olvidar. El guion –basado en el libro ¿Qué me quieres, amor?, de Manuel Rivas– fue escrito por otro maestro: Rafael Azcona, usual partenaire del cine de Berlanga: como se ve, la afinidad entre los grandes nombres del cine español, dibuja una línea genealógica admirable.

Cada quien hará su elección, pero entre las muchas películas que podrían referirse, no debiera faltar la cita al protagónico de Fernando Fernán-Gómez en El espíritu de la colmena (1973, Víctor Erice), una de las obras maestras de toda la historia del cine; como así también la mención a El viaje a ninguna parte (1986), dirigida y protagonizada por Fernán-Gómez, un verdadero film de amor actoral, donde José Sacristán, el cómico errante, es víctima de sus propias ensoñaciones. Es una de esas películas que siempre se quiere volver a ver, porque termina por habitar en uno. Además, no podría ser la preciosa película que es de no sentir afinidad su autor con lo que allí se tematiza. Matices mediante y desde otro punto de vista, Tim Burton filmó una de sus mejores películas con esta misma temática en El gran pez (2003).

Leandro Arteaga

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