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LA CABALGATA SAGRADA: Los Rohirrim de Rohan y su embestida a los orcos a las puertas de Gondor.

La Batalla de Rohan: Los Campos de Pelennor

Cuando hablamos de batallas épicas en el cine, nadie puede dejar de lado la escena climática de El Señor de los Anillos en la que Théoden avanza con los jinetes Eorlingas sobre la masa de orcos apostados frente a la fortaleza de Gondor.

Pero ¿qué tiene de especial esta escena que la hace tan icónica?

Vamos a analizar algunos aspectos de este fragmento de 20 minutos que nos emociona y nos hace vibrar con cada parte.

El Contexto: De Dónde se Viene y Hacia Dónde se Va

Sabemos por las escenas previas que Théoden, rey de Rohan, ha estado semiinconsciente y dominado por el nefasto e intrigante Gríma Lengua de Serpiente hasta que finalmente fue liberado por Gandalf en las últimas circunstancias, dejando el reino casi en ruinas.

Esto nos muestra un líder que ha perdido su poder, y que, en consecuencia, declina de la misma manera que su reinado. Sus seguidores, guerreros, lo aman y veneran, pero ven lo que está ocurriendo, aunque no pueden comprender la oscura magia que hay detrás de todo ello.

Una vez liberado del sutil (aunque evidente) hechizo, Théoden recupera la cordura y finalmente decide ir en ayuda del reino vecino de Gondor, incluso a regañadientes.

Prepara a sus hombres y se encamina a la batalla. Y decimos "a sus hombres" porque aquí se expresa una parte muy importante que, al igual que en el libro, resulta determinante para el resultado final de la batalla.

Nos referimos al personaje de Éowyn, que contra la indicación expresa de su tío el rey, decide montar su caballo y galopar rumbo al combate.

Ella es tenaz y aguerrida, ama al rey, pero, aun así, decide desobedecerlo, para gracia de la historia y desgracia del Rey de los Espectros. Pero no solo eso. A la batalla se ha sumado un "mediano”, es decir un hobbit, no se suponía que fueran a la guerra, Merry se sube al caballo de Éowyn y se une a la ferocidad de la armada de Rohan.

Por otra parte, vemos a los orcos en cantidades imposibles de contar, que están asediando Gondor. Al mando del líder orco Gothmog, las criaturas horribles pero peligrosas ya están disfrutando de antemano lo que suponen una victoria segura. Armas, trolls, catapultas y muchas ganas de masacrar personas, los orcos ya están apostados, aguardando la orden final para comenzar el ataque, que suponen será final y definitivo.

La Perfección Cinemática

Hasta aquí el argumento es igual al del libro y podría haber sido una batalla más de las tantas que nos presenta la trilogía de Peter Jackson. Sin embargo, una sucesión de decisiones acertadas convierte esta escena en una de las mejores jamás filmadas.

En primer lugar, el posicionamiento de las cámaras constituye un planteo que podría denominarse “cinemáticamente perfecto”. No es una fórmula, sino al contrario, Jackson parece rehusarse a ser formal en el uso de los recursos de dirección, puesta en escena y montaje, para crear su propia dinámica narrativa y visual.

Cuando en cine hablamos de la mise en scène, nos referimos por lo general a una cuestión de vínculo entre la coreografía actoral y el movimiento de las cámaras. En este caso, la serie de conexiones es larga y compleja.

El Clímax de la Batalla

Mientras tanto, Gandalf el Mago Blanco intenta salvar a cuantos puede del asedio. Ordena correr a cubrirse al grito de “¡Retirada!” Y el líder orco exclama “¡Que no quede uno con vida!”

Los orcos logran ingresar. Atacan, matan a hierro, mordidas y con todo el odio del mundo hacia el linaje humano. El metal rechina, los cascos tanto protegen como estorban mientras las gigantescas criaturas revolean los cuerpos por los aires.

Gandalf sube al hobbit Pippin al caballo, quien viene a avisarle que Denethor se ha vuelto loco y se propone quemar vivo a Faramir, su hijo. Pero cuando el mago lo sube al caballo, es interrumpido por el terrible Nazgûl, el Rey de los Muertos, mientras su espada se transforma en un fuego espantoso, le dice: “Has fracasado…” Pero en el instante en que todo parece estar perdido, un gran cuerno se oye a la lejanía. La criatura se eleva por los aires y vuela al encuentro de aquel sonido.

Gandalf observa sorprendido. A lo lejos, la tierra parece moverse, estar viva. Gothmog, el jefe de los orcos observa mientras también escucha el cuerno. El piso comienza a vibrar. En perfecta y ordenada fila, los jinetes avanzan hasta que se detienen ante la orden de su rey. Théoden observa la posible caída de Gondor y nosotros observamos, con la cámara que se le acerca, su alma inquieta.

Mientras tanto los horribles orcos se preparan animados por su líder Gothmog.

La vanguardia está lista. Miles de jinetes se encuentran al atardecer preparados para lo que podrían ser sus últimos momentos de vida. Sin embargo,

Théoden los anima. Y es curioso este texto porque lo que él dice es:

¡Adelante! Y no teman a la oscuridad.

Levántense, Levántense, jinetes de Théoden.

Las espadas temblarán,

Los escudos se astillarán,

Este es un día de espadas,

Un día rojo,

¡Antes que salga el sol!

¡Cabalguen ahora! ¡Cabalguen ahora!

¡Cabalguen!

¡Cabalguen por la ruina y el fin del mundo!

¡Muerte, muerte, muerte!

¡Adelante, Eorlingas!

La idea de que la palabra "Muerte" sea un motivador para ir a la batalla es por demás interesante. Tampoco es nueva. Los antiguos guerreros escandinavos, los vikingos, tenían esta misma idea. Una forma de encarar las batallas —que eran muchas y constantes— bajo el paraguas de que al final, se les recompensará. Ganen o no, lo importante para los guerreros era la actitud con la que encaraban el momento crucial de vida o muerte de la guerra. También puede observarse esto en la tradición samurái, y hay muchas películas al respecto, así como en tradiciones tribales de América, Medio Oriente, Mongolia, y África.

Una Mirada Compleja

Sin embargo, aquí hay una mirada más compleja ya que, en este caso, muchos de los que están por entrar a la batalla sienten miedo. Y si bien hay una "caballería de élite", el grueso de los próximos combatientes se compone de ciudadanos comunes del reino de Rohan. Es por eso que la arenga de Théoden es tan significativa. No solo les habla a sus guerreros sino a su pueblo. Sumado a ello, refuerza la idea de que el rey ha vuelto, que está al mando y que aquella batalla es justa.

Y aquí estamos. Soldados al frente montados sobre el lomo de las fieras y nobles bestias. Los ojos de los animales y de los hombres henchidos de ánimo, terror y salvajismo antes de la batalla. El momento culminante de toda preparación. El sol anaranjado tiñe el horizonte con un tinte rojizo que anticipa el derrame de la sangre de ambos bandos bajo el mando de aquel majestuoso ejército compuesto de briosos corceles y fieros hombres determinados a cumplir con su misión en ese momento: servir a su reino con lealtad absoluta a su rey y su linaje, liberar a Gondor de los orcos y conducir a los hombres hacia la victoria.

Los caballos bufan y rechinan los dientes. Los metálicos cascos cubren el rostro de los combatientes. Todos ellos son hombres, varones…

Todos, salvo Éowyn, que está entre ellos, de incógnito, sin contarle a su tío, desobedeciendo sus órdenes expresas. A la espera. Con pavor. Dispuesta a todo.

El pequeño hobbit Merry apenas se puede mantener sobre el caballo, pero a pesar de su propio miedo, su decisión es inquebrantable, su espíritu fuerte, su mirada -como la de casi todos- refleja la mezcla de pánico y entusiasmo, de determinación y enfrentamiento, tal vez, con su propia muerte.

Allí, a lo lejos, en el valle, frente al magnífico castillo de Gondor, los orcos aguardan confiados en su número y poder, en sus armas y en sus monstruos. Rumian de antemano lo que creen una victoria segura mientras imaginan el saqueo y la repartición de todo cuanto se llevarán de allí una vez alcanzada la victoria. Son criaturas horrendas, malformadas, sin disciplina ni ningún amor entre ellos. Fieras criaturas sanguinarias y crueles. No están allí por lealtad, veneración, sentido del deber o consciencia sino por miedo al castigo y emoción por el pillaje.

La Música y el Enfoque Cinematográfico

La música nos anuncia lo que viene. La puesta de cámara en un gran plano general muestra la alineación de las tropas de Rohirrim. La primera línea ya está a punto de partir, los nerviosos caballos y sus jinetes de la vanguardia prestos a embestir.

El rey choca espadas con sus guerreros. El gran momento ha llegado.

En formación de triángulo se lanzan al ataque en una de las escenas de embestida de caballería más épicas de la historia del cine. La música nos eleva hacia los espacios de la inspiración y nos carga de emoción. Es tan poderosa esta sensación que hasta nos parece que los jinetes la escuchan y vuelan sobre sus cabalgaduras, emocionados hasta la médula, inspirados y motivados a vencer a un enemigo varias veces superior con los planos cortos de Éowyn y Merry, con sus rostros llenos de emociones encontradas, se transforman en certeza de lucha y tenacidad. ¡Muerte! ¡Muerte! continúa exclamando Théoden.

Y finalmente, atraviesan las líneas enemigas y nuestro corazón respira.

Conclusión: Un Épico Momento del Cine

La carga de los Rohirrim en los campos de Pelennor no solo es una muestra de la maestría de Peter Jackson como director, sino también un homenaje a la valentía y el sacrificio que tantas historias épicas de la humanidad han exaltado. La batalla en sí, con su mezcla de desesperación y esperanza, de valentía y terror, encapsula el espíritu de la lucha por la supervivencia y la justicia.

Cada elemento de la escena, desde la música hasta la cinematografía, pasando por las actuaciones y el guion, está cuidadosamente orquestado para llevar al espectador a un clímax emocional.

La mezcla de planificación meticulosa y espontaneidad artística del director crea un momento que no solo es visualmente impresionante, sino también profundamente conmovedor.

El momento culminante llega cuando Éowyn, desobedeciendo las órdenes de su tío, se encuentra cara a cara con el Rey Brujo de Angmar, el temible líder de los Nazgûl. En una de las escenas más poderosas y empoderadoras de la trilogía, Éowyn, revelando su verdadera identidad, desafía la profecía que dice que ningún hombre puede matar al Rey Brujo.

Con una determinación feroz, grita: "¡Yo no soy un hombre... soy una mujer!", y con un golpe decisivo, acaba con el temido Nazgûl"

Esta declaración no solo subraya la fuerza y el coraje de Éowyn, sino que también rompe con los estereotipos tradicionales de género, mostrando que el valor y la capacidad de cambiar el curso de la historia no están limitados por el género. Éowyn se convierte así en un símbolo de la lucha por la igualdad y la justicia, reforzando el mensaje de que la verdadera fuerza proviene del espíritu y la determinación.

La carga de los Rohirrim es, sin duda, uno de los momentos más memorables de la trilogía de "El Señor de los Anillos", y un ejemplo perfecto de cómo el cine puede trascender lo visual para tocar lo épico y lo humano en su esencia más pura. Es una celebración del heroísmo en todas sus formas y una reafirmación de que, en la lucha contra la oscuridad, la luz puede surgir de los lugares más inesperados.

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