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La magia de no olvidar los que fuimos

-Yo puedo ayudarte

-¿Cómo?

-Porque soy una niña.

Bea a Cal.

¿Ustedes se acuerdan de su infancia? ¿Ustedes qué vínculo tienen con su memoria? ¿No sienten a veces que lo vivido es tan solo un relato empolvado? ¿O acaso no sienten que cuando les cuentan algún episodio de su propia vida pareciera que les están hablando de otra persona? ¿O que al recordarse se recuerdan en tercera persona como si estuvieran leyendo el libro de otro?

Qué peligro es para mí comenzar esta nota así, cuando adoro tanto filosofar sobre el paso del tiempo y la sensación del mismo. Y traigo a colación estas preguntas por qué es un poco la reflexión a la que me llevó la película de la que hablaré.

Al terminar de verla junto a mi pareja nos preguntamos si de chicos teníamos amigos invisibles. Ella afirmó rotundamente que no, que si no se lo acordaría. Yo dije que no, pero no pongo las manos en el fuego por mi memoria. Además es curioso y hasta simpático pensar que si tan poco recuerdo de mi vida material, ¿cómo recordaría algo tan indefinido, amorfo o insondable como el plano de la imaginación? Como aquello que empíricamente no está ahí. No estar ahí. ¿Qué es estar presente y vivo en la propia vida de uno? Sobre esa pregunta y algunas tantas otras más expresadas concreta y tácitamente, sucederá el relato.

Cuándo una película genera un lazo con su espectador, la objetividad sería una vil mentira. Mi mayor gesto de honestidad hacia esta nota y hacia sus lectores, es hablar desde el lugar al que la película me llevó. Sí intentaré desde ese rincón ser lo más objetivo posible.

Su autor

John Krasinski ha dado que hablar como actor y como integrante de uno de los equipos de comedia más recordados por todos: The Office. Cuatro años después de terminar la serie, debuta como director con The Hollars, película que no he visto pero cuyo argumento y tráiler pareciera tener que ver con la película en cuestión . Dos años después, en el 2018, dará un salto rotundo de género y se embarcará en una épica dificultad cinematográfica merecidamente consagrada: A silent place.


En el 2020 realiza la segunda parte de la exitosa primer entrega, bastante inferior a mi gusto. Y cuatro años después, llegamos al presente. Llegamos a un domingo, llegamos a mi secándome las lágrimas y con un fuerte dolor en el pecho tras haberme tragado un llanto que hubiera descargado a los gritos. Llegamos a los créditos de IF.

La película

La primer secuencia la película se encarga de qué entendamos que lo que estamos por ver, probablemente resulte un cuchillazo en el esternón. Vemos la edición de recuerdos grabados en el pasado por una cámara handy. Una niña disfruta muy felizmente de su infancia junto a su madre y su padre, a través de juegos que involucraban disfraces, la risas de los tres y mucho de imaginación. En la misma secuencia, acompañado por la misma música feliz que no intentará subrayar el dolor ni someternos a inútiles golpes bajos, el relato mostrará su trágico catalizador central.

En el presente, años después de las imágenes que vemos en la secuencia inicial, la ya no tan niña y preadolescente Bea, volverá a la casa de su abuela donde vivió aquella etapa tan traumática como feliz. Muy de a poco, por un aparente acto de magia, Bea volverá a visitar los recuerdos de su infancia y recuperará la compañía de amigos imaginarios. Encantadoras, variadas, e indefinibles criaturas. Tendrá como misión encargarse de que todos ellos vuelvan a reencontrarse con aquellos niños (ahora adultos) que los crearon y amaron.


IF lleva en sí mismo una variedad de condimentos climáticos y visuales que seguramente nos recuerden a otras películas. Monster Inc., Toy Story, The Big Fish, Amélie, La historia sin fin, entre otras. Krasinski, además de realizador es el guionista de este proyecto, y con gestos personales, con reflexiones suyas acerca de la vida y la muerte, a través de entonces recursos audiovisuales que nos resultarán familiares, buscará llegar con su película a todo el mundo.


La melancólica reflexión de su autor está clara a través de los textos de sus personajes, y se ofrece aún más profunda y rica a través del relato y las imágenes. Krasinski actúa también en la película como padre de la niña. Interpreta a un hombre que está por atravesar un momento difícil de su vida, pero pareciera vivir siempre con esperanza y humor. Su propio personaje dice que nunca va a dejar de jugar, y fiel a ello pareciera poder convocar la más profunda y maravillosa de las magias. No es posible que Bea no sea quien es si no fuera por la influencia de su madre y su padre, y el honor que hace ella a la persona que le ayudaron a ser.

Todos los niños tuvieron en algún momento un amigo imaginario. Y como dicen en la película, fueron reales. Existieron. Lo que sucede, es que en algún momento los olvidaron. La adultez, los miedos del deber ser, la productividad del sistema, han alejado a todos los humanos de ese vínculo de amor puro en el que quizás tan solo era necesaria una mano de apoyo, un abrazo, un consuelo. Eso es y serán los amigos imaginarios. Porque no son solo para los niños. Si el adulto puede amigarse con ello y no tapar aquello que lo llevó hacia donde ha llegado, quizás todo sea más fácil.

-Nada que amas puede olvidarse. Siempre puedes volver.

-¿Cómo?

-Los recuerdos siempre viven ahí en tu corazón. A veces tan solo tienes que dar con la forma de dejarlos salir.

En un momento donde el mundo duele, donde pareciera que todo está fracturado y la gente que lo habita tiende más hacia su oscuridad, hacia la falta de cuidado del otro, una obra puede llegar en el momento justo aún presentando fallas. ¿Qué importa su imperfección?

Desde ya que también será relativa la idea de “el momento preciso”. Para algunos la película sea excesivamente infantil o una pavada que ya ha visto doscientas veces. Quizás también un poco a eso se reduzca la experiencia del espectador audiovisual. Sentir lo predecible y adivinar el truco aburrido, o dejarse llevar por quién sabe qué motivo hasta el aplauso final. Y de alguna manera, la diferencia entre ambos (y los dos espectadores conviven dentro nuestro) es similar a la que hay entre un niño dispuesto y un adulto calculador.

La película no se destaca por sus actuaciones. Ni Krasinski, ni Ryan Reinolds son actores virtuosísimos en su técnica y versatibilidad. Inclusive debo admitir que son actores a los cuáles se les nota bastante la estrategia actoral. El gesto de más. Inclusive la niña recuerda a un código actoral antiguo, casi de fábula. Pero, ¿qué importa? ¿No es mucho más rico y feliz para el arte, que alguien simplemente sea querido para así ser escuchado? ¿Que sea a través de una inexplicable y esencial empatía propia del invidividuo, que querramos escucharlo y verlo? ¿Qué le creamos todo y nos conmueva por fuera de alguna estúpida técnica que alguien alguna vez asentó y hoy en día aplaudimos sin saber por qué?

Chesi

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